¿Un nuevo Churchill europeo?

Muy interesante la entrega semanal de Ana Palacio sobre la falta de liderazgo fuerte en la Conferencia de Múnich. No obstante, lo de "un nuevo Churchill" resulta poco realista.

Acierta la autora en describir el escenario actual, con una Europa atrapada en su debilidad estratégica y dependiente de EE.UU., que ahora prioriza Asia. La crisis de identidad occidental y la ausencia de visión estratégica agravan la situación.

No obstante, me parece poco realista esperar un nuevo Churchill en Europa. Su liderazgo surgió en una guerra existencial, con una amenaza mucho más real y una sociedad dispuesta a sacrificios. Esto es, Churchill fue el resultado de circunstancias excepcionales: una amenaza inmediata, una sociedad movilizada y un liderazgo dispuesto a tomar decisiones difíciles. Europa hoy enfrenta desafíos graves (el nuevo papel de EEUU, Rusia, China, crisis económica), pero sin la misma voluntad política.

Además, el liderazgo europeo está fragmentado entre instituciones comunitarias y gobiernos nacionales con agendas diversas, a veces contrapuestas. No hay un líder con el carisma, la visión y la capacidad de movilización que tuvo Churchill. Ni se le espera.

En su lugar, la UE depende ahora de consensos lentos, una pesada burocracia y un liderazgo colectivo que, aunque eficiente en tiempos de estabilidad, es insuficiente en momentos de crisis que exigen decisiones rápidas y audaces.

Pienso que el desafío no consiste en encontrar un solo gran líder, sino en generar un ecosistema de gobernanza más fuerte, donde los países europeos puedan actuar con mayor rapidez y determinación. Y para ello no se necesita "un salvador", sino una concurrencia de voluntades.

En mi última ponencia, explicaba a mi auditorio que no soy del todo pesimista. Confío en una reacción de la UE cuando se vea ya al borde del abismo. Como decía Robert Schuman, acciones urgentes de facto que propicien luego un cambio de paradigma europeo. Espero que no sea tarde.

Lo de Biden

Acabo de visionar de nuevo el primer debate presidencial entre Guatemalo y Guatepeor, quiero decir, entre Trump y Biden, un espectáculo bochornoso que desmerece todo lo que una gran democracia como la norteamericana debería ofrecer a sus ciudadanos. El debate ha sido un desastre sin paliativos para Biden; no hay crónica periodística (lean la de Pablo Suanzes) que no destaque la actitud laxa y balbuceante del candidato demócrata, disperso e incapaz de rebatir la interminable sarta de mentiras, morcillas sentenciosas y sandeces varias pronunciadas por un Trump mucho más enérgico, entero y mordaz. De hecho, Donaldo apenas tuvo que esforzarse: el presidente vino noqueado de casa.

Ahora todos hablan del pánico del Partido Demócrata ante la debilidad manifiesta de su candidato. Ahora todo es zozobra, cuando ya desde hace meses resultaba evidente el declive físico y cognitivo de un hombre que, antes que nada, merece descanso, respeto y un retiro digno, algo a lo que parece haberse negado, ya sea por voluntad propia o interpuesta. Y es precisamente en este punto donde quiero detenerme.

No es la primera vez que vemos un líder desvariar por diversos motivos (autoritarismo, incompetencia, declive físico o cognitivo…) sin que toda su corte de acompañantes reconduzca la situación. Es más, suele ocurrir lo opuesto: esa corte lo aleja cada vez más de la cruda realidad, protegiéndolo de toda crítica o posibilidad de autorreconocimiento, realimentando así su desatino.

Este fenómeno, lejos de ser una rareza, parece casi un componente estructural de muchos sistemas de poder. La dinámica de la adulación y la servidumbre voluntaria se instala de tal manera que cualquier voz disidente es rápidamente silenciada, no sólo por el líder mismo, sino por quienes lo rodean y se benefician de su permanencia en el poder. En estas circunstancias, la distorsión de la realidad y la creación de narrativas alternativas permiten mantener una ilusión de control y competencia, aun cuando los hechos demuestran lo contrario, como está ocurriendo con Biden. Incluso después de la debacle del jueves, el núcleo duro del corifeo presidencial sigue negando la mayor. Obama incluido.

Este síndrome de torre de cristal es una aflicción tan antigua como las mismas civilizaciones. Perdido en un intrincado laberinto de espejos, el líder, atrapado en su propia imagen, pierde el contacto con la realidad y queda confinado en un palacio de ilusiones. Es un mal que no discrimina; ha afectado por igual a emperadores y presidentes, a directivos y a líderes sociales o religiosos. Las consecuencias son devastadoras. La falta de autocrítica y la incapacidad para reconocer errores impiden cualquier tipo de mejora o corrección de rumbo. Los fallos se acumulan y se perpetúan, llevando a sociedades o organizaciones enteras hacia crisis perfectamente evitables.

La responsabilidad, por supuesto, no sólo recae en el líder. Los consejeros y acólitos se convierten en cómplices necesarios del desvarío, por miedo, conveniencia o ignorancia; su supervivencia depende de la perpetuación de la burbuja. La verdad, sin embargo, es obstinada. Aunque se intente ocultar, distorsionar o negar, siempre encuentra una grieta por donde filtrarse. Pero para el líder, esa verdad es un espectro lejano, una sombra que merodea en los márgenes de su conciencia, incapaz de penetrar la coraza de complacencia y autoengaño que se ha construido a su alrededor.

Desgraciadamente, muy pocos tienen un Gandalf para romper ese hechizo maligno y hacerles regresar a la cordura.

 

2024: un año geopolíticamente incierto y difícil

Mis conclusiones en el webinar de Global Chartered Controller Institute, GCCI: 2024 se presenta muy incierto.

La inflación, a pesar de la reciente mejora, sigue siendo un aspecto clave a seguir. Se observa una tendencia a la baja, con una moderación de los precios energéticos, aunque las materias primas y los alimentos siguen en niveles elevados. Si se mantiene esta tendencia de descenso, podría conllevar a una bajada progresiva de los tipos tasas de interés, lo que reduciría su impacto en la economía, especialmente en familias y empresas, muy castigadas por una acumulación sucesiva de impactos sanitarios, económicos y sociales. No obstante, el principal riesgo actual, que puede trastocar todo este panorama, es el geopolítico. Por tanto, la incertidumbre es máxima.

El Ocaso de los Dioses

Cuando analizo la realidad actual, muchas veces no puedo dejar de pensar en los gobernantes, pensadores y religiosos de la Alta Edad Media. Muchos de ellos, al igual que nosotros, debían de sentirse representantes avanzados de su mundo, cuando en la realidad se hallaban sumidos en un retroceso civilizatorio del que Occidente no se recuperaría en siglos. La agonía del imperio romano había tocado a su fin; sus instituciones desaparecieron o fueron sustituidas por nuevos modelos sociales y políticos, que maduraron a fuego lentísimo entre sucesivas guerras, hambrunas, plagas y migraciones. Ocurrió que cuando los ciudadanos del imperio y sus provincias empezaron a reconocer los síntomas de su caída, ya era demasiado tarde. Sólo les quedaba un sentimiento de caótica frustración e ira ante el despilfarro y el saqueo públicos, así como el triste reconocimiento de que durante los años de gloria y riqueza, en lugar de cuestionar a sus emperadores, se habían dedicado a glorificarlos.

Del mismo modo, estamos viviendo el ocaso de una era, pero nos resistimos a reconocerlo, parapetados en nuestros egoísmos y bienestares cotidianos, sustentados por estructuras políticas exhaustas, inertes, morosas. Una nueva extinción de dinosaurios con toda la certeza de la inevitabilidad, certeza que hemos podido palpar durante estos últimos años de desconcierto económico y avatares políticos. Somos conscientes de que los viejos modelos son insostenibles, pero no hemos sido capaces de plantearnos alternativas reformistas de verdadero calado, de naturaleza estratégica y que involucren a toda la sociedad. En lugar de remodelar comportamientos, estructuras y procesos, nos empeñamos en debates ideológicos estériles. Algunos incluso pretenden, aprovechando la confusión, regresar a soluciones aún más añejas y repetidamente fracasadas, generadoras ciertas de ruina y dolor.

Al final, solo acertamos a desarrollar enérgicas cosméticas de supervivencia a corto plazo pero ineficaces para el futuro. De esta forma, sólo conseguiremos aplazar lo inevitable un año, cinco, tal vez unas décadas... un suspiro condenatorio para nuestros hijos y nietos. Procrastinare, decían los romanos. Dejar aparcado lo abrumador, desafiante, inquietante, peligroso, difícil, tedioso o aburrido, posponiéndolo sine die hacia un futuro idealizado que nunca llegará. Supeditar lo importante a lo urgente, el atajo más seguro para llegar a ninguna parte. Por tanto, tenemos dos opciones. O reconstruimos de nuevo el ruinoso edificio común, o bien lo seguimos repintando. Desgraciadamente, es mucho más probable que ocurra esto último. Y ello significa que la ruina subsistirá bajo el encalado y que, de manera indefectible, acabará reclamando nuestra demolición.

El precio del gas en 2023

En un artículo en ABC, José Ramón Iturriaga destaca el hecho de que el precio del gas está por debajo de cuando empezó la guerra en Ucrania, lo que tiene un impacto positivo en la inflación y, por tanto, en la economía (50 dólares de menor precio es casi medio punto más de crecimiento económico).

Iturriaga reflexiona:

“Y que el precio esté a estos niveles a estas alturas del año, confirma que lo peor está por detrás en lo que a los precios de la energía se refiere. Siguen altos para los patrones históricos pero se ha estabilizado a unos precios que son llevaderos, muy por debajo de los máximos de finales del verano pasado.”

En este punto, cabe preguntarse si realmente hemos dejado lo peor atrás y entramos en un período de mayor estabilidad en los precios del gas durante 2023. A continuación, unas breves reflexiones al respecto:

  • El mercado global de gas ha cambiado completamente desde la guerra de Ucrania. El gas natural licuado (LNG) se ha convertido en el gran protagonista en Europa frente al suministrado por los gaseoductos.

  • La muy sustancial reducción del suministro de gas ruso (un 80%) provocó una brutal competencia por adquirir gas natural licuado (LNG) a suministradores alternativos y a mucho mayor precio, con EEUU como gran protagonista en la cobertura de la demanda europea. Se trataba de llenar reservas con urgencia para el invierno. Los precios se dispararon.

  • Una vez rellenas las reservas, en Europa se vivió un otoño suave. Al mismo tiempo, los hogares reducían el consumo debido a la inflación y las industrias intensivas en energía disminuían su producción o buscaban fuentes alternativas, como el carbón en Alemania o Polonia. Paralelamente, aumentaba la producción de LNG tanto en como EEUU como en otros grandes exportadores (Qatar, Australia, Egipto). El precio del gas empezó a bajar tras la locura veraniega.

  • Esta moderación del precio del gas, tan buena para la inflación, se podría mantener si el invierno actual sigue siendo suave, pero esto podría cambiar. ¿Por qué? Porque estamos vaciando reservas y tocará llenar de nuevo los tanques para el siguiente invierno. Y no resultará tan sencillo.

  • De persistir la guerra, el apoyo occidental a Ucrania y las sanciones contra Rusia, no cabe descartar que Putin decida cortar definitivamente el flujo de gas a Europa (el 20% restante). Y de nuevo nos encontraríamos con un déficit de suministro, una competencia internacional feroz para cubrirlo y una nueva subida de precios, algo que la UE intenta controlar. Los acuerdos para fijar un tope de gas en Europa y para limitar el precio del gas ruso a 180 euros/MWh son medidas que pretenden contener la probable subida de precios a partir del verano, pero podrían tener consecuencias no deseadas, al desbaratar los mercados globales.

  • Tampoco debemos olvidar que los precios siguen muy por encima de las medias históricas y que podrían volver a dispararse si la reapertura económica de China, que ha revertido completamente su política de cero Covid, la lleva a aumentar las compras de gas.

  • Por tanto, parece que la incertidumbre y volatilidad del precio del gas se va a mantener durante este 2023, de no variar las circunstancias geoestratégicas y la coyuntura económica derivada de las mismas. Este también es el parecer del ministro de Energía de Qatar, para quien los mercados del gas natural podrían sufrir fuertes variaciones durante los próximos años, ya que la oferta sigue siendo insuficiente para satisfacer la creciente demanda.

Estaremos muy atentos para contarlo.




Apuntes sobre la inflación de diciembre.

La tasa anual de la inflación subyacente se eleva 6 décimas en diciembre (dato adelantado), hasta el 6,9%, superando la inflación general. Sigue muy elevada, no es un dato bueno.

En variación MENSUAL, suben tanto la general (+0.3) como la subyacente (+0,8). La inflación subyacente es un indicador más preciso de coyuntura presente que el dato general, ya que muestra los cambios que se producen en los precios en el corto y en el medio plazo, eliminando efectos volátiles. Y estos son los que nos afectan de lleno a los ciudadanos.

En el contexto actual, la inflación general está afectada por topes, subvenciones, bajadas extraordinarias de impuestos y cálculos aún incompletos de los precios que pagan las familias por la energía y otros factores. Su reducción es buena señal porque nos marca la tendencia de los próximos meses y contribuye a anclar las expectativas, pero no impactará de lleno en los hogares mientras la subyacente no se modere, y ya vemos que por el momento no lo hace. Por tanto, seamos prudentes en nuestros análisis y no nos precipitemos al sacar conclusiones.

El Instituto Nacional de Estadística (INE) publica también otro dato muy relacionado con la complicada coyuntura económica actual: el ahorro de los hogares, que prosigue con su caída. La tasa de ahorro sin efectos estacionales y de calendario es del 5,7% de su renta disponible, 2,7 puntos inferior a la del trimestre anterior.

Habrá que estar muy atentos a la evolución de esta coyuntura durante los próximos meses. La ralentización económica combinada con alta inflación tiene un nombre muy feo.


Actualización: el dato definitivo de diciembre fue de un 7% en la subyacente, con un 15,7% la alimentación.

¿Qué factores influirán más en el consumo los próximos meses?

He sido invitado por la Asociación Nacional de Grandes Empresas de Distribución (ANGED) a participar en el Barómetro #Topcommerce, para compartir mi visión sobre los factores que más van a influir en el consumo en los próximos meses.

Aquí el acceso a las colaboraciones del Barómetro.

Okupando, que es gerundio

La estadística del Ministerio del Interior indica que en los últimos 5 años (desde 2017 hasta 2021) las okupaciones de viviendas crecieron un 63% al pasar de 10.619 a 17.274. En valores absolutos, el mayor número de incidentes durante 2021 ha tenido lugar en Cataluña, Madrid, Andalucía y la Comunidad Valenciana, según muestra este mapa de El Mundo:

"La mayoría de casos hace referencia a usurpaciones -ocupaciones de pisos vacíos (una herencia, por ejemplo) o del banco-, mientras que los allanamientos -cuando se okupa una vivienda habitual, ya sea primera, segunda o tercera residencia- son residuales."

En relación con el parque total de viviendas en España (25.976.305) el número de okupaciones es, en efecto, reducido, pero lo importante aquí es la tendencia incremental, que se acelera claramente, y la creciente inseguridad jurídica que ello conlleva, muy perjudicial para el mercado de la vivienda de alquiler, ya muy tensionado.

Con datos de los Ministerio de Interior y de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana , he confeccionado la siguiente tabla, donde podemos ver el ranking de CCAA según ratio de okupación por cada 1000 viviendas, que en mi opinión es más significativo que el simple valor absoluto o el ratio por población:

2022, el año que no fue: coyuntura, perspectivas e incertidumbres

2022 el año que no fue: coyuntura, perspectivas e incertidumbresha sido el título de la sesión que, un año más, impartí en Icade Asociación Profesional. Una revisión de los datos y previsiones que en cierta medida ya había anticipado en mi sesión del pasado julio 2021 de cara a una salida de la pandemia, y a la que he tratado de incorporar los problemas derivados de la guerra de Ucrania, de imprevisibles consecuencias.

Aquí tienen el vídeo completo de la presentación:

¿Hacia una japonización económica global?

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Hace unos días, desayunaba con la noticia de que la deuda global alcanzará la astronómica cifra de de 277 billones de dólares a finales de 2020, según el Instituto de Finanzas Internacionales (IFF), con un incremento anual de 15 billones de dólares, de los cuales un 50% corresponden a deuda pública. El estallido de la pandemia no ha hecho sino acelerar una tendencia que ya se estaba produciendo en años anteriores.

La deuda total de los países desarrollados alcanzó el 432% del PIB en el tercer trimestre, desde el 380% existente a fines de 2019. La deuda de los emergentes con respecto al PIB llegó al 250% en el tercer trimestre, con China en un 335%.

Por otra parte, y en otro rally paralelo a esta explosión de deuda, los activos totales de los cuatro grandes bancos centrales superaban al cierre de octubre de este año los 27 billones de dólares (21,7 sin contar el Banco Central de China).

Tan llamativos como los gráficos anteriores son los que reflejan el tamaño de dichos balances sobre el correspondiente PIB de los países, así como la inquietante evolución de los activos totales de los bancos centrales en relación con el índice SP&500.

Este incremento espectacular y al unísono de la deuda y de los balances está intimamente ligado al impacto del COVID-19: los bancos centrales se han lanzado a financiar masivamente los paquetes de estímulo y ayuda de los gobiernos, adquiriendo enormes cantidades de deuda pública, pero también corporativa. Y los mercados, pese al desplome económico global, se han sumado a la fiesta de los bonos.

Todo ello nos hace preguntarnos si esta tendencia es sostenible y si puede ser revertida una vez tengamos controlada la pandemia y la actividad económica retorne a niveles más o menos normales.

La japonización, un escenario probable.

De todos los escenarios futuros de coyuntura que he podido analizar estos días, el que me parece más interesante y probable es el que planteaba The Economist Intelligence Unit hace unas semanas: todo apunta a que entramos en una larga época marcada por su bajo crecimiento, baja inflación y alto endeudamiento.

El razonamiento es sólido. En un entorno de tipos de interés cero (bancos centrales con la chequera abierta) y de inflación muy baja (parón económico y ahorrro en máximos por la incertdumbre), el recurso a la deuda es fácil e inmediato, con un coste de servicio virtualmente nulo. Los gobiernos de los países desarrollados se han lanzado a gastar como si no hubiera mañana y sin importar que sus déficits fiscales se disparen, incluso con cifras de dos dígitos; ya tocará lidiar con la deuda más tarde.

El problema es que “más tarde” va a ser muy complicado remontar el vuelo y atender al excesivo endeudamiento, por varias razones:

  • No es probable que en los países desarrollados, una vez controlada la pandemia, se decidan acometer políticas de austeridad, dado el enorme coste político que puede tener para sus gobiernos, ya sometidos a duro escutrinio por su gestión en los meses precedentes. En este sentido, no cabe esperar grandes reformas estructurales que permitan optimizar el gasto público.

  • Por otra parte, aunque son de esperar subidas de impuestos, éstas serán insuficentes para cubrir las necesidades de un gasto que no se quiere reducir, especialmente en aquellos países que, como el nuestro, ya partían de una posición fiscal más frágil.

  • Mientras los inversores vean el apoyo de los bancos centrales al festival de endeudamiento de las grandes economías del planeta, no hay razón para que los mercados dejen de seguir apostando por la deuda soberana como activo seguro, incluso en el caso más delicado de Italia o España, países de la eurozona que cuentan con el apoyo del BCE.

En palabras del EIU:

“Esto significa que, en cuanto a la gestión de la deuda soberana, las economías avanzadas podrían darse cuenta de que no necesitan hacer absolutamente nada. Con el tiempo, si el crecimiento nominal sigue siendo superior a los tipos de interés, las acumulaciones de deuda simplemente desaparecerán; con tasas de interés en cero, y suponiendo que los estímulos logren impulsar el crecimiento, esto no parece una suposición descabellada. Los gobiernos de los países desarrollados esperarán a que los inversores sigan dispuestos a invertir en sus bonos; con la relación deuda / PIB disparándose en todas las economías avanzadas, el límite en el que dichos inversores consideran que la deuda soberana tiene demasiado riesgo podría pasar del 100% del PIB a, digamos, el 200% del PIB.”

Todo ello, con un importante factor añadido: aunque en este contexto el riesgo de un incremento súbito y peligroso de la inflación siga existiendo, con la consiguiente necesidad de subida de tipos y el encarecimiento inasumible de la deuda soberana y corporativa, no parece que ello vaya a ocurrir.

La teoría económica nos dice que la inflación debería incrementarse a medida que la recuperación avanza, pero estos últimos años ya hemos visto como tal premisa no se cumple. En primer lugar, desde 2009, la relación entre desempleo e inflación ha estado fuera de sincronía. Asimismo, el exceso de liquidez no se ha traducido en una mayor inflación, sino que se ha canalizado hacia los mercados financieros, como hemos visto en un gráfico anterior.

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En definitiva, las economía avanzadas podrían estar entrando perfectamente en la misma situación en la que Japón lleva ya décadas: crecimiento lento, baja inflación y muy alto endeudamiento.

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En efecto, pese a los enormes estímulos fiscales movilizados por el gobierno nipón para dinamizar su economía (el famoso Abenomics), el crecimiento se ha mantenido consistentemente bajo, la inflación no ha repuntado y la deuda ha alcanzado el 240% del PIB. Entretanto, los activos del balance del banco central japonés ya suponen la friolera del 137% del PIB, sólo un 8% menos que en la Reserva Federal, siendo la economía norteamericana 4 veces mayor que la japonesa. Y a todo ello debemos sumar el declive demográfico, que también comparten en mayor o menor medida las economías desarolladas. ¿Les suena familiar todo esto?

Sin otros acontecimientos globales o nuevas dinámicas que introduzcan cambios sustanciales, el panorama que tenemos por delante no es muy halagüeño.

“La zombificación de las economías avanzadas ha llegado para quedarse.”