Inteligencia económica, transformación digital y pandemia

¿Qué aplicaciones tiene la inteligencia económica y financiera en ES? ¿Están las empresas españolas a la altura de la transformación digital? ¿Cómo cambiará la economía internacional tras la pandemia? ¿Y la española?

Preguntas a las que trato de responder en esta entrevista que me hacen en Economía 3


2020: hasta aquí hemos llegado

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En este punto exacto nos hallamos: con una economía que no ha podido mantener el esperanzador ritmo de recuperación iniciado el tercer trimestre de año, a causa de rebrotes muy importantes que incrementaron de nuevo la cifra de fallecidos (70.719 muertes en exceso hasta la fecha) y obligaron a decretar grandes confinamientos selectivos; con vacunas en ciernes en las que tenemos puestas muchas esperanzas de solucionar la pandemia y regresar a la normalidad, y con unos flamantes Presupuestos Generales del Estado a punto de ser aprobados pero con más interrogantes que certezas. Nuestro futuro inmediato se sustenta en un armazón todavía demasiado frágil e incierto para sumarnos a ciertas euforias.

Mi nueva entrada sobre recapitulación de lo ocurrido en 2020 y punto de coyuntura en El Blog Salmón.

¿Hacia una japonización económica global?

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Hace unos días, desayunaba con la noticia de que la deuda global alcanzará la astronómica cifra de de 277 billones de dólares a finales de 2020, según el Instituto de Finanzas Internacionales (IFF), con un incremento anual de 15 billones de dólares, de los cuales un 50% corresponden a deuda pública. El estallido de la pandemia no ha hecho sino acelerar una tendencia que ya se estaba produciendo en años anteriores.

La deuda total de los países desarrollados alcanzó el 432% del PIB en el tercer trimestre, desde el 380% existente a fines de 2019. La deuda de los emergentes con respecto al PIB llegó al 250% en el tercer trimestre, con China en un 335%.

Por otra parte, y en otro rally paralelo a esta explosión de deuda, los activos totales de los cuatro grandes bancos centrales superaban al cierre de octubre de este año los 27 billones de dólares (21,7 sin contar el Banco Central de China).

Tan llamativos como los gráficos anteriores son los que reflejan el tamaño de dichos balances sobre el correspondiente PIB de los países, así como la inquietante evolución de los activos totales de los bancos centrales en relación con el índice SP&500.

Este incremento espectacular y al unísono de la deuda y de los balances está intimamente ligado al impacto del COVID-19: los bancos centrales se han lanzado a financiar masivamente los paquetes de estímulo y ayuda de los gobiernos, adquiriendo enormes cantidades de deuda pública, pero también corporativa. Y los mercados, pese al desplome económico global, se han sumado a la fiesta de los bonos.

Todo ello nos hace preguntarnos si esta tendencia es sostenible y si puede ser revertida una vez tengamos controlada la pandemia y la actividad económica retorne a niveles más o menos normales.

La japonización, un escenario probable.

De todos los escenarios futuros de coyuntura que he podido analizar estos días, el que me parece más interesante y probable es el que planteaba The Economist Intelligence Unit hace unas semanas: todo apunta a que entramos en una larga época marcada por su bajo crecimiento, baja inflación y alto endeudamiento.

El razonamiento es sólido. En un entorno de tipos de interés cero (bancos centrales con la chequera abierta) y de inflación muy baja (parón económico y ahorrro en máximos por la incertdumbre), el recurso a la deuda es fácil e inmediato, con un coste de servicio virtualmente nulo. Los gobiernos de los países desarrollados se han lanzado a gastar como si no hubiera mañana y sin importar que sus déficits fiscales se disparen, incluso con cifras de dos dígitos; ya tocará lidiar con la deuda más tarde.

El problema es que “más tarde” va a ser muy complicado remontar el vuelo y atender al excesivo endeudamiento, por varias razones:

  • No es probable que en los países desarrollados, una vez controlada la pandemia, se decidan acometer políticas de austeridad, dado el enorme coste político que puede tener para sus gobiernos, ya sometidos a duro escutrinio por su gestión en los meses precedentes. En este sentido, no cabe esperar grandes reformas estructurales que permitan optimizar el gasto público.

  • Por otra parte, aunque son de esperar subidas de impuestos, éstas serán insuficentes para cubrir las necesidades de un gasto que no se quiere reducir, especialmente en aquellos países que, como el nuestro, ya partían de una posición fiscal más frágil.

  • Mientras los inversores vean el apoyo de los bancos centrales al festival de endeudamiento de las grandes economías del planeta, no hay razón para que los mercados dejen de seguir apostando por la deuda soberana como activo seguro, incluso en el caso más delicado de Italia o España, países de la eurozona que cuentan con el apoyo del BCE.

En palabras del EIU:

“Esto significa que, en cuanto a la gestión de la deuda soberana, las economías avanzadas podrían darse cuenta de que no necesitan hacer absolutamente nada. Con el tiempo, si el crecimiento nominal sigue siendo superior a los tipos de interés, las acumulaciones de deuda simplemente desaparecerán; con tasas de interés en cero, y suponiendo que los estímulos logren impulsar el crecimiento, esto no parece una suposición descabellada. Los gobiernos de los países desarrollados esperarán a que los inversores sigan dispuestos a invertir en sus bonos; con la relación deuda / PIB disparándose en todas las economías avanzadas, el límite en el que dichos inversores consideran que la deuda soberana tiene demasiado riesgo podría pasar del 100% del PIB a, digamos, el 200% del PIB.”

Todo ello, con un importante factor añadido: aunque en este contexto el riesgo de un incremento súbito y peligroso de la inflación siga existiendo, con la consiguiente necesidad de subida de tipos y el encarecimiento inasumible de la deuda soberana y corporativa, no parece que ello vaya a ocurrir.

La teoría económica nos dice que la inflación debería incrementarse a medida que la recuperación avanza, pero estos últimos años ya hemos visto como tal premisa no se cumple. En primer lugar, desde 2009, la relación entre desempleo e inflación ha estado fuera de sincronía. Asimismo, el exceso de liquidez no se ha traducido en una mayor inflación, sino que se ha canalizado hacia los mercados financieros, como hemos visto en un gráfico anterior.

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En definitiva, las economía avanzadas podrían estar entrando perfectamente en la misma situación en la que Japón lleva ya décadas: crecimiento lento, baja inflación y muy alto endeudamiento.

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En efecto, pese a los enormes estímulos fiscales movilizados por el gobierno nipón para dinamizar su economía (el famoso Abenomics), el crecimiento se ha mantenido consistentemente bajo, la inflación no ha repuntado y la deuda ha alcanzado el 240% del PIB. Entretanto, los activos del balance del banco central japonés ya suponen la friolera del 137% del PIB, sólo un 8% menos que en la Reserva Federal, siendo la economía norteamericana 4 veces mayor que la japonesa. Y a todo ello debemos sumar el declive demográfico, que también comparten en mayor o menor medida las economías desarolladas. ¿Les suena familiar todo esto?

Sin otros acontecimientos globales o nuevas dinámicas que introduzcan cambios sustanciales, el panorama que tenemos por delante no es muy halagüeño.

“La zombificación de las economías avanzadas ha llegado para quedarse.”

La mascarada

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En verdad te digo que esta misma noche,
antes que el gallo cante, me negarás tres veces.

- Mateo 26:34

Hace ya unos días, publiqué un hilo de Twitter sobre el IVA de las mascarillas donde analizaba el argumento, reiterado públicamente al menos en tres ocasiones, de que éste no podía reducirse porque, literalmente, “hay un reglamento europeo que lo prohíbe".

En efecto, como explicaba entonces, cada Estado Miembro de la UE tiene que armonizar su IVA de acuerdo con lo que indica la Directiva 2006/112/CE del Consejo, pero la urgencia de la situación en Europa y lo gravoso que resulta el gasto en mascarillas para muchos ciudadanos, en especial los menos pudientes, ha llevado a los países de nuestro entorno a adoptar medidas al respecto. Así, mientras en España el IVA de las mascarillas sigue siendo del 21 %, en Portugal es del 6 %, en Francia el 5,5 %, en Alemania el 5 %, y en países como Italia, Bélgica o Países Bajos están completamente exentas de impuesto.

Además, la Comisión Europea ha confirmado, por activa y por pasiva, que no pondría problemas a esta reducción, teniendo en cuenta las circunstancias extraordinarias que concurren. Cabe recordar que las importaciones intracomunitarias de entidades públicas, sin ánimo de lucro y centros hospitalarios, ya tienen desde el 21 de abril un IVA del 0%.

El argumento de la prohibición reglamentaria, no obstante, acaba de transformarse ante el renovado intento de tramitación de una enmienda de Ciudadanos que buscaba bajar el IVA de las mascarillas al 4%. La razón aducida esta vez ha sido que costará mucho al Estado, basándose en una estimación de cosumo de 50 millones de mascarillas por día. Al final parece que no era cuestión de imposibilidad legal, sino de dinero. Sorpresa.

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En todo caso, resulta llamativo que se recurra al argumento de la recaudación del Estado cuando tanto se ha debatido durante estas últimas semanas sobre la falsa dicotomía entre economía y salud, con una feroz defensa de la primacía de esta última. También llama la atención que, habiéndose impuesto sorprendentemente el argumento económico en este caso, hayamos olvidado que las mascarillas son un candidato idóneo para adoptar un tipo reducido de IVA, al suponer su gasto, obligatorio para todos los ciudadanos, una carga proporcionalmente mucho mayor para los hogares de rentas bajas (hablamos de un importe medio mensual de entre 70 y 150 euros por familia).

Para ser justos, no debemos olvidar que con la cuantiosa recaudación que propocionan las mascarillas se atienden servicios públicos esenciales, como por ejemplo la sanidad. Esto es indisputable. No obstante, lo que puede resultar algo más difícil de comprender es que la negativa a reducir este epígrafe de IVA tan esencial para la salud pública vaya acompañada del posible incremento de gasto en otras partidas, quizás no tan relevantes, cuya congelación podría precisamente absorber la pérdida de recaudación señalada. Por poner un ejemplo puntual, el coste del incremento de salarios públicos para 2021 estará en torno a los 1.500 millones de euros adicionales. Conceptos distintos, orden de magnitud muy similar.

Algunos dirán que comparo peras con manzanas, pero merece la pena hacer números y reflexionar al respecto, ¿no les parece?


Postdata: añado al post una muy oportuna reflexión del Institut Ostrom Catalunya, en el sentido de que esta necesaria bajada de IVA , si no implica asimismo una reducción simultánea e idéntica del PVP fijado por el Gobierno, acabará siendo un regalo al bolsillo del vendedor. Y esto es porque, al ser la demanda inelástica, es muy probable que la disminución del IVA no acabe trasladándose a los precios. 16 céntimos de margen por unidad, nada menos.

Prietas las filas

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Cañones a su derecha,
cañones a su izquierda,
cañones detrás de sí
descargaron y tronaron.
Azotados por balas y metralla,
mientras caballo y héroe caían,
los que tan bien habían luchado
entre las fauces de la Muerte
volvieron de la boca del Infierno.
Todo lo que de ellos quedó,
lo que quedó de los seiscientos.

Hemos pasado del estado de alarma a la resistencia, la unidad patriótica, la moral de victoria y, finalmente, al toque de queda. Lo siguiente será ocupar sus puestos para el combate, calar bayonetas y formación cerrada para doblegar al enemigo. El enemigo son el virus, voraz y despiadado, que no conoce de soflamas ni relajos, y todos aquellos indisciplinados que osan desertar de unas trincheras cuidadosamente diseñadas por un estado mayor que se ve sobrepasado e incapaz de ganar la batalla.

Este uso y abuso del lenguaje castrense no es baladí; señala la urgente necesidad de enfatizar verbalmente un fenómeno que ha superado por aplastamiento nuestra normalidad civil, como pretexto para la asunción extraordinaria y duradera de una anormalidad que, en circunstancias ordinarias, nos haría clamar al cielo, pero que ahora se nos antoja como la última seguridad posible. Lo que no pueden la competencia, la eficacia, la responsabilidad (individual, social, política) y el convencimiento, se pretende alcanzar de nuevo mediante la alarma perpetua, el código disciplinario del BOE, la arenga y el toque de corneta de a casa mis valientes.

Pero no nos engañemos: lo que no consigan un planeamiento ordenado, un esfuerzo coordinado y generoso de país, una información puntera y detallada, una gestión de riesgos prudente, una administración de recursos eficiente y una arquitectura institucional robusta no podrán solventarlo, como no lo solventaron anteriormente, un Real Decreto tras otro, unas llamativas campañas de comunicación o una sucesión de lemas y de aplausos al son del Himno de la Alegría.

Tampoco ayudarán muchos ciudadanos limitados en su devenir, culpabilizados, desorientados, asustados y saturados de órdenes y contraórdenes que, a estas alturas y en las actuales condiciones, están por repetir lo que el Coronel Dax respondió al General Mireau en Senderos de Gloria:

“Si pudiera elegir entre ratones y Mauser, creo que me quedaría con los ratones siempre.”

Por favor, no hagan olas

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El COVID-19 sigue mandando sobre la economía, y los actuales rebrotes no hacen más que incrementar sus efectos perniciosos, tal y como describí en la entrada anterior de mi serie en El Blog Salmón. En este contexto tan complicado, nuestros líderes políticos, económicos y sociales deberían tener muy en cuenta una regla de oro a seguir durante cualquier crisis: no amplificar con su proceder el daño ya causado . Una regla a la que tampoco somos ajenos los ciudadanos, como presuntos responsables de nuestros actos.

Leer el artículo completo: Por favor, no hagan olas

El verano de nuestro descontento

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Contaba en mi entrada anterior del Blog Salmón que nuesta economía está sostenida en un limbo artificial, sin garantías sólidas de que pueda valerse por sí misma todavía, ni de que nos hallemos en condiciones de suministrárselas por nosotros mismos en las cantidades requeridas, dado el deterioro de las cuentas públicas. Los diferentes indicadores que hemos ido conociendo en julio y en agosto no han conseguido despejar estas dudas. Esta nueva entrega trata de hacer un recorrido por los indicadores más relevantes de nuestra economía durante el verano.

Leer el artículo completo: El Vacío Medio Lleno

El momento de la verdad

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Nuestra economía es como un enfermo grave, sostenido en la actualidad por un soporte vital avanzado con tratamiento de antibióticos y opiáceos para el dolor (ERTES, deuda, planes de ayuda, avales, subvenciones...). Su desconexión de la máquina en otoño resulta una icertidumbre: no tenemos todavía garantías sólidas de que el enfermo pueda valerse entonces por sí mismo sin ayudas adicionales, ni de que estemos en condiciones de suministrárselas por nosotros mismos en las cantidades requeridas, dado el deterioro de las cuentas públicas.

Nos acercamos al momento de la verdad. Mi nuevo artículo en El Blog Salmón sobre coyuntura económica española.

"Nueva normalidad": lenguaje, percepciones, hábitos, tendencias y riesgos

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Siguiendo con las reflexiones que inicié en El Blog Salmón sobre la realidad geoeconómica derivada de la gran pandemia de coronavirus, primero en China y después desde una persectiva global, en mi último artículo analizao el concepto tan manido y peligroso como el de "nueva normalidad" y algunas tendencias de futuro.

Enlace al artículo completo.

Volatilidad, Incertidumbre, Complejidad y Ambigüedad de condiciones y situaciones

El dilema fundamental ahora es conseguir sincronizar la curva sanitaria con la económica, algo que muchos países no han conseguido. La palabra es INCERTIDUMBRE. Aquí la entrevista que Crédito y Caución ha tenido la gentileza de hacerme para Twecos #twecos #covid19