Cañones a su derecha,
cañones a su izquierda,
cañones detrás de sí
descargaron y tronaron.
Azotados por balas y metralla,
mientras caballo y héroe caían,
los que tan bien habían luchado
entre las fauces de la Muerte
volvieron de la boca del Infierno.
Todo lo que de ellos quedó,
lo que quedó de los seiscientos.
Hemos pasado del estado de alarma a la resistencia, la unidad patriótica, la moral de victoria y, finalmente, al toque de queda. Lo siguiente será ocupar sus puestos para el combate, calar bayonetas y formación cerrada para doblegar al enemigo. El enemigo son el virus, voraz y despiadado, que no conoce de soflamas ni relajos, y todos aquellos indisciplinados que osan desertar de unas trincheras cuidadosamente diseñadas por un estado mayor que se ve sobrepasado e incapaz de ganar la batalla.
Este uso y abuso del lenguaje castrense no es baladí; señala la urgente necesidad de enfatizar verbalmente un fenómeno que ha superado por aplastamiento nuestra normalidad civil, como pretexto para la asunción extraordinaria y duradera de una anormalidad que, en circunstancias ordinarias, nos haría clamar al cielo, pero que ahora se nos antoja como la última seguridad posible. Lo que no pueden la competencia, la eficacia, la responsabilidad (individual, social, política) y el convencimiento, se pretende alcanzar de nuevo mediante la alarma perpetua, el código disciplinario del BOE, la arenga y el toque de corneta de a casa mis valientes.
Pero no nos engañemos: lo que no consigan un planeamiento ordenado, un esfuerzo coordinado y generoso de país, una información puntera y detallada, una gestión de riesgos prudente, una administración de recursos eficiente y una arquitectura institucional robusta no podrán solventarlo, como no lo solventaron anteriormente, un Real Decreto tras otro, unas llamativas campañas de comunicación o una sucesión de lemas y de aplausos al son del Himno de la Alegría.
Tampoco ayudarán muchos ciudadanos limitados en su devenir, culpabilizados, desorientados, asustados y saturados de órdenes y contraórdenes que, a estas alturas y en las actuales condiciones, están por repetir lo que el Coronel Dax respondió al General Mireau en Senderos de Gloria:
“Si pudiera elegir entre ratones y Mauser, creo que me quedaría con los ratones siempre.”