8 ideas para no moverte por el mundo como una pandereta
Lo mejor que he visto en el día de hoy con diferencia. Una guía de vida: las 4 T y las 4 A. Don Valentín Fuster en acción. Descubierto gracias a Pilar Jericó.
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Lo mejor que he visto en el día de hoy con diferencia. Una guía de vida: las 4 T y las 4 A. Don Valentín Fuster en acción. Descubierto gracias a Pilar Jericó.
He decidio anticipar unos días la continuación a mis reflexiones sobre la crítica, antes que se me indigeste del todo la ensalada de despropósitos que ha supuesto el debate en las redes de las jornadas de investidura.
Como apuntamos en la entrada anterior, en su sentido estricto y etimológico, crítica es el arte de juzgar. Así, como un arte de difícil ejecución, es como deberíamos entenderla y así lo era en la antigüedad. Es generalmente aceptado que fue Aristóteles quien estableció los cimientos de la crítica universal. Su precisión de pormenores, la sutileza de su análisis y la exactitud de sus definiciones han sido el punto de referencia imprescindible hasta nuestros días. A partir de Aristóteles, el arte de la crítica, en todos sus ámbitos, se ha entendido como un ejercicio sistemático y responsable con una triple misión: explicar, clasificar y juzgar.
Conviene subrayar estos dos últimos adjetivos: sistemático y responsable. Sin un estudio minucioso del asunto a evaluar, de sus antecedentes y circunstancias, es imposible efectuar una crítica que merezca tal nombre. Pero además, dicho estudio debe ser responsable; es decir, carente de personalismos, de prejuicios y moderado en sus conclusiones, tanto a la hora de alabar como de censurar. Para efectuar la crítica en los términos acabados de expresar, es necesaria una adecuada formación. Y ello nos obliga a pasar por el filtro de la propia autocrítica. Por tanto, el primer paso debería consistir en ser humilde: reconocer que todo es mejorable, saber considerar las opiniones ajenas aunque nos sean contrarias y admitir nuestros errores, incluso públicamente.
Es legítimo sentir orgullo por nuestros logros, pero su exceso puede llevarnos a la autocomplacencia o, lo que es peor, a la soberbia. Sólo desde este punto necesario de humildad podremos valorar los hechos en su justa medida y evitar los errores más comunes a la hora de ejercer la crítica, a saber:
En conclusión, ejercer la crítica de forma fundamentada, objetiva y respetuosa, no debería ofender a nadie, al constituir una oportunidad de mejora y enriquecimiento general. Ello exige, como se ha dicho, competencia, responsabilidad, humildad y amplitud de miras para reconocer los propios errores y limitaciones.
De hecho, hemos ido avanzando en la historia impulsados por un continuo afán de mejora, y debemos continuar exigiéndonos esta permanente superación. De lo contrario corremos el riesgo de convertirnos en seres blandos y acomodaticios, susceptibles de ser manipulados y dirigidos por cualquier advenedizo oportunista que se cruce en nuestra trayectoria vital.
Uno de los tuits de mi timeline que más repercusión tuvo el pasado fin de semana fue uno en el que compartía el siguiente mapa:
Fuente: European Forum Alpbach
El mapa muestra el flujo neto de profesionales especializados en el ámbito de la Unión Europea entre 2003 y 2013. Los países coloreados en verde son "receptores netos de cerebros", mientras que los países en rojo son "exportadores" de profesionales. La intensidad del color muestra la mayor o menor dimensión del flujo migratorio neto. Los datos para la elaboración de la infografía han sido obtenidos de la Base de Datos de Profesiones Reguladas de la Comisión Europea.
Desde 2003, 276.124 profesionales especializados, ciudadanos de la UE, han solicitado establecerse de forma permanente en otro estado de la UE para desarrollar su profesión. Las profesiones con mayor movilidad fueron:
1. Profesor/a de secundaria: 54.040
2. Doctor/a en medicina: 47.998
3. Enfermero/a: 39.773
4. Fisioterapeuta: 12.529
5. Dentista: 8.907
Un gráfico realmente significativo. Da mucho que pensar, ¿no les parece?
Hace unos días publiqué un post que tuvo muy buena acogida y dio lugar a numerosas interacciones en Twitter y LinkedIn, titulado "Colin Powel: unas reglas de liderazgo con mucho sentido común". Uno de los comentarios más interesantes que he recibido hasta el momento es el de Andres Gandía Palau, cuyas palabras transcribo a continuación. Para reflexionar:
Seguiremos escribiendo sobre liderazgo. Buen domingo a todos.
El desarrollo exponencial de las redes sociales y, con ello, de la transmisión casi instantánea de información e ideas, ha propiciado la aparición de incontables voceros de todo tipo. Muchos de ellos son maestros del ruido, la distorsión y la manipulación que medran en dichas redes auspiciados en la distancia, el anonimato o el pandilleo 2.0. La mayoría de las veces son individuos poco dotados intelectualmente pero muy hábiles en la estratagema verbal. Parece que saben de lo que hablan, aunque lo suyo sólo es la fachada del cambalache. Otros, más preparados y peligrosos, hacen lo mismo pero con más elegancia y discreción.
No obstante, en todos ellos podemos encontrar algunas pautas que nos pueden ayudar a detectarlos:
A un manipulador se le responde con paciencia (ojo, no es infinita), datos, sensatez y, por qué no, ironía y sentido del humor. Debemos intentar ser naturales en la discrepancia, decir "por aquí no paso" cuando se precise y despedir e ignorar cumplidamente al individuo antes de que llegue a hartarnos. Se trata de defender con convicción y serenidad nuestras ideas mientras nos rebotan todas sus argucias.
Les aseguro que el manipulador acabará, o echándose atrás y respetando nuestro espacio intelectual, o bien dejándonos en paz mientras busca otras víctimas propiciatorias.
Resumiendo: ante la manipulación, civilización. Suerte.
Nota: entrada del 4/12/2009 recuperada y adaptada de mi antiguo blog.
El sacerdote y filósofo español Jaime Luciano Balmes (1810-1848) escribió que la pereza, es decir, la pasión de la inacción, tiene, para triunfar, una ventaja sobre las demás pasiones, y es que no exige nada. En el mismo sentido, el escritor Samuel Beckett (1906-1989) afirmó que no existe pasión más poderosa que la pasión de la pereza.
La pereza es un defecto muy extendido, pero a su vez tiene fácil remedio. Basta con sacudirnos la negligencia, el tedio o el descuido en el cumplimiento de nuestros deberes para ser capaces de llegar a lo más alto.
Ante la pereza, voluntad:
En estos tiempos difíciles no nos queda otra opción que ponernos manos a la obra. No cabe la congelación de la voluntad, el abandono de nuestra condición de seres activos y emprendedores.
Así que, ¡fuera telarañas!
Nota: entrada del 10/12/2008 recuperada y adaptada de mi antiguo blog.
Escribía Arthur Schopenhauer que la ira no nos permite saber lo que hacemos y menos aún lo que decimos.
La ira es un defecto grave que sepulta el liderazgo. Es muy humana, razón por la cual resulta tan difícil de dominar, aunque se puede aprender a hacerlo. Escribo “se puede” y debería decir “se debe”. La compleja configuración de un buen equipo de trabajo o la motivación de nuestros subordinados pueden irse al traste con un solo arrebato, algo que no nos podemos permitir.
Todas nuestras virtudes, todas nuestras razones objetivas, se diluyen en ese instante irascible, que nos vuelve vulnerables y nos desprestigia ante jefes y empleados. El coste personal y económico que debemos pagar por ello es muy considerable, y constituye un grave desperdicio. Sin embargo, no debemos confundir dicha ira con la tensión y exigencia que todo mando debe transmitir a su equipo.
Tampoco debemos esconder el enojo que podamos sentir ante una incompetencia o un mal resultado. Se trata de exteriorizar de manera sosegada y proactiva esa energía repentina, sin buscar culpables inmediatos ni clamar por nuestra mala suerte. Y por supuesto, sin vociferar por los despachos o golpear el mobiliario.
El mejor camino para dominar la ira es el conocimiento de uno mismo, porque nos permite anticiparla y obrar en consecuencia. El grado de autocontrol depende mucho de cada carácter, pero siempre es posible seguir unos sencillos consejos para evitar arrebatos coléricos o minimizar daños:
Aunque ya se sabe, it's much easier said than done.
Nota: entrada del 6/12/2008 recuperada y adaptada de mi antiguo blog.
Decía San Agustín: "la soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano".
De todos los defectos de un profesional exitoso, la soberbia es uno de los más comunes y más difícil de reconocer y evitar. El Diccionario de la Lengua Española la define como "altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros" y también como "satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás". Estamos hablando, pues, de esa persona que cree que sólo su trabajo es valioso, que todo lo que le antecede es malo, que la única verdad sustantiva es la suya y que los demás siempre están equivocados. ¿Cuántos jefes o compañeros conocen que alguna vez se hayan comportado así? ¿Y cuantas veces hemos caído nosotros mismos en ese comportamiento?
Hace tiempo estudié el caso de un ejecutivo brillante y ambicioso que, recién llegado a la empresa, consiguió en pocos meses desmantelar un proceso de mejora que había costado casi dos años finalizar. Con un prestigioso máster bajo el brazo y convencido de la irrefutable validez de su estrategia, entró como elefante en una cacharrería y desbarató la organización entera. No respetó ni estudió el trabajo de su antecesor ni atendió a sus subordinados, no se preocupó por analizar las fortalezas y debilidades de un negocio que desconocía y gestionó su perseguido cambio de forma deplorable. Los resultados cayeron en picado, se destrozó el equipo humano y él acabó despedido.
Daño para la empresa, daño para las personas, tiempo y dinero desperdiciado... todo ello hubiera podido evitarse con menos soberbia y más sensatez.
Estar alerta y saber escuchar son requisitos imprescindibles para cualquier profesional.
Contra la soberbia, en fin, humildad. Debemos reconocer nuestras propias limitaciones, en el convencimiento de que casi nada se puede conseguir en solitario. Por no decir nada.
Ahora bien, tal y como apostillaba mi admirado Quevedo, "más fácil es escribir contra la soberbia que vencerla". Así que, si en algún momento me ven flaquear, les ruego que me lo hagan saber con toda la confianza que me merecen.