¿Qué situación atacarían ustedes? El sentido común nos indica que deberíamos tratar de apagar primero las llamas que afectan a las bombonas, porque pueden explotar y extender el fuego de manera descontrolada. Sin embargo, también podríamos encargarnos rápidamente de los troncos, para luego centrar todo nuestro esfuerzo en las bombonas.
Los troncos ardiendo representan deudas de menor importe, relativamente fáciles de liquidar, mientras que las bombonas son aquellas deudas que nos generan elevados pagos de intereses, los cuales, siguiendo la inapelable regla del interés compuesto, amenazan con expandirse peligrosamente.
Pues bien, la teoría de la bola de nieve, expuesta por Dave Ramsey, afirma que es mejor empezar por las deudas de menor cuantía, puesto que al liquidarlas de forma rápida se genera un impulso positivo que motiva a continuar con nuestro plan reductor. Los recursos que se van liberando se emplean en el pago de la siguiente deuda, y así sucesivamente.
Por el contrario, el sistema de avalancha propugna empezar con aquellas deudas por las que pagamos mayores intereses. De igual modo, los remanentes liberados se dedican a amortizar las deudas subsiguientes.
Estamos, por lo tanto, contraponiendo un procedimiento que nos anima a persistir en el esfuerzo frente a otro que nos facilita una liquidación más rápida de la deuda a menor coste. ¿Cuál elegir, entonces?
Hagamos números
Pongamos un sencillo caso de ejemplo, sin preocuparnos por ser rigurosos en la naturaleza de los saldos crediticios o sus condiciones de pago. Supongamos que estamos a 1 de septiembre de 2023 y hemos llegado a tener las siguientes deudas que nos están agobiando:
1) Préstamo personal: tenemos un saldo pendiente de 9.000 €, con una tasa de interés del 7%. Pago 350 €/mes.
2) Crédito al consumo pendiente: 5.000 € al 15%. Pago 150 €/mes
3) Saldo máximo alcanzado en la tarjeta de crédito: 10.000 € al 27,5 %. Pago 300 €/mes.
4) Anticipo de nómina: 6.000 € al 4,5%. Pago 200 €/mes.
Nuestra deuda total es de 30.000 € y pagamos 1.000 € al mes por los distintos saldos. Sin ninguna estrategia de reducción, liquidaríamos nuestra última obligación tras 64 larguísimos meses. Todo ello, claro está, siempre que no nos hubiéramos metido en más pufos. La cantidad final a pagar en concepto de intereses resulta descorazonadora: