Consejos de vida: Charlie Munger

Charlie Munger, con su aguda mirada y mente incisiva, fue una figura que trascendió el mundo financiero. No solo acumuló riqueza, sino que destiló la vida en principios claros y precisos, como un filósofo moderno en el cuerpo de un inversionista. Su verdadera genialidad radicaba en su habilidad para simplificar lo complejo, siempre en busca de la verdad y la virtud en un mundo en constante cambio. Lo hizo además, con ironía y buen humor.

Aquí les dejo un párrafo que refleja muy bien su filosofía vital. De utilidad tanto para jóvenes como para quienes no lo son:

¿Qué consejo general de vida tienes para los jóvenes?

Pasa cada día tratando de ser un poco más sabio de lo que eras cuando te despertaste. Cumple con tus deberes fielmente y bien. Paso a paso avanzarás, pero no necesariamente en ráfagas rápidas. Pero así construyes disciplina preparándote para las ráfagas rápidas. Aguanta una pulgada a la vez, día a día, y al final del día —si vives lo suficiente—, como la mayoría de las personas, obtendrás de la vida lo que mereces.

La vida y sus diversos pasajes pueden ser duros, brutalmente duros. Las tres cosas que he encontrado útiles para sobrellevar sus desafíos son:

- Tener bajas expectativas.

- Tener sentido del humor.

- Rodearte del amor de amigos y familiares.

Por encima de todo, vive con el cambio y adáptate a él.

Añado además dos reflexiones financieras clave de Munger con aplicación directa en la vida cotidiana:

“Hay enormes ventajas para un individuo en colocarse en una posición en la que haces unas cuantas grandes inversiones y simplemente te sientas. Pagas menos a los corredores. Estás escuchando menos tonterías”.

“Comprender tanto el poder de la rentabilidad compuesta como la dificultad para obtenerla es el corazón y el alma de la comprensión de muchas cosas”.

Soñando en Gibraltar

Esta es la historia de un sueño cierto.

Recuerdo que me hallaba en Gibraltar, era de día y lucía un sol radiante. Llevaba en la mano una raqueta y una pelota de ping pong mientras ascendía por un pedregal. No me pregunten por qué deduje que aquello era Gibraltar. En los sueños uno no se cuestiona esas cosas: simplemente se saben. Tampoco estaba claro el propósito de acarrear la raqueta y la pelota. Tal vez una mesa y un contrincante desconocido me esperaban en la cima para jugar un partido al aire libre con vistas al Estrecho, entre macacos curiosos. Bueno, esta última reflexión es una mera conjetura que no formaba parte de mi sueño.

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El caso es que subía con dificultad y sin pensar en nada, concentrado en el ascenso, hasta que se me cayó la pelota, que se alejó rebotando cuesta abajo con ese sonido inconfundible de las bolas de ping pong. Era, además, el único sonido audible en ese momento. Plic. Plac. Plic. Plac. Plic. Plic. Plac. La caída terminaba al cabo de unos metros en una poza de agua cristalina, pero la pelota, en lugar de flotar, se hundió inmediatamente con un rotundo plof, como si fuera una esfera de plomo macizo. Otra de las particularidades de los sueños es que cada uno tiene sus propias leyes físicas.

Aunque la poza parecía profunda, podía divisar claramente la pelota reposando en el fondo, gracias a la extraordinaria transparencia del agua. Descendí hasta el borde y me agaché para tocar la superficie. Aquel líquido, que tenía la cualidad del vacío sin serlo, no estaba ni frío ni caliente; resultaba raro pero agradable al tacto. Me desnudé sin aprensión, dispuesto a bucear y rescatar la bola. Esta vez mi capuzón no hizo ruido alguno, fue igual que sumergirme en un charco de silencio. Siempre he sido buen nadador y en el sueño no había perdido tal habilidad, así que alcancé la pelota en pocas brazadas. No tenía la densidad del plomo, pero seguía sin flotar. Lo asumí sin extrañeza, demorándome unos instantes en el fondo. Miré a mi alrededor. Nada había allí reseñable salvo una paz que me resultaba ominosa. Tenía que salir y seguir subiendo por el peñón. 

Al emerger de la poza, mi ropa había desaparecido. Fue una mera constatación, ni siquiera pensé en la causa ni en los posibles culpables. Solo me preocupaba la desnudez; en tales circunstancias, no podía proseguir. Decidí buscar ayuda y empecé a descender, en cueros y con las rocas lastimándome los pies. Para mi alivio, conseguí llegar pronto a un chamizo con hechuras de chiringuito playero. No puedo afirmar que hubiera playa, porque mi atención estaba totalmente centrada en sus ocupantes, un grupo de chicas jóvenes y bonitas que parecían estar celebrando una despedida de soltera. Bailaban, reían y cantaban en bañador al son de una música indeterminada. Llevaban el pelo adornado con diademas nupciales y bebían cerveza. Me acerqué y saludé con cierta vergüenza, medio oculto tras una de las perchas de madera que sostenían el entoldado. Me miraron sin sorpresa ni aprensión, manteniendo el espíritu festivo. No me preguntaron nada, sólo sonrieron, como si mi presencia allí fuera lo más natural del mundo.

“Quiero encontrar un poco de ropa y llamar para que me vengan a recoger”, pedí. “Ropa no tenemos salvo la poca que llevamos puesta”, apuntó una de ellas, “pero te podemos prestar un teléfono, incluso acercarte donde quieras. Y también invitarte a una cerveza”. Sonreí encantado y les agradecí el detalle. “Con la llamada y la cerveza bastará”, respondí. Me alcanzaron una Coronita helada y un teléfono móvil de pantalla enorme, embutido en una aparatosa funda de pedrería. Tecleé feliz el número de casa. Estaba ya sonando el tono de llamada, cuando me di cuenta de algo: me hallaba completamente desnudo, en un desconocido chiringuito de Gibraltar (¿?), en medio de una despedida de soltera, bebiendo y rodeado de chicas guapas con ganas de fiesta. La pala y la pelota de ping pong habían desaparecido de la escena.

“¿Cariño, eres tú?”, escuché al otro lado de la línea.

Sólo entonces comprendí que el sueño acababa de terminar y estaba dejando paso a una casi segura pesadilla.   

Lecturas de verano 2018

A Library by the Tyrrhenian Sea, 2018 by Ilya Milstein. Ilustración descubierta gracias a @molinos1282

A Library by the Tyrrhenian Sea, 2018 by Ilya Milstein. Ilustración descubierta gracias a @molinos1282

Estas semanas de mayor tranquilidad son siempre una oportunidad para aligerar la lista de lecturas pendientes que van acumulándose durante el período laboral. Soy un lector empedernido, siempre tengo dos o tres libros abiertos a la vez, pero no siempre puedo terminarlos lo rápido que quisiera. Si en una jornada normal consigo sacar más de una hora para leer, lo considero un éxito. En mi tiempo libre, los libros compiten con la familia, la escritura, Inernet y el necesario descanso, pero nunca cejo en mi empeño. Ya saben: leer perjudica gravemente la ignorancia.

Este verano tengo en mi mesa cuatro obras realmente buenas, de muy diversa naturaleza. En el apartado de ficción española, estoy disfrutando de una novela largamente demorada. Se trata de "El Corazón de Piedra Verde", de Salvador de Madariaga (1886-1978), primera de una serie histórica en la que, de manera ágil, brillante y detallada, se cuenta el encuentro de dos civilizaciones: la del México precolombino y la de la España de los conquistadores. Y lo hace con una muy rigurosa base histórica que se integra en el relato de manera admirable, dotándolo de enorme credibilidad. Uno no puede parar de leerla. Ya he encargado la segunda parte.

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En cuanto a literatura anglosajona, recomiendo una obra trepidante, hipnótica, donde se mezclan leyenda y realidad en el marco de la esclavitud estadounidense. Me refiero a "Underground Railroad", de Colson Whitehead (ganador del Pulitzer y del National Book Award). El "Ferrocarril Subterráneo" (en inglés, Underground Railroad) fue una red clandestina organizada en el siglo XIX en Estados Unidos y Canadá para ayudar a los esclavos afroamericanos a escapar de las plantaciones del sur hacia estados libres o territorio canadiense. 

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El nombre de "Ferrocarril Subterráneo" se debe al hecho de que sus miembros utilizaban metafóricamente terminología ferroviaria para referirse a sus actividades. En la novela, esa terminología no es tan metafórica. Y no digo más.

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Entrando en el terreno de la no ficción, estoy leyendo dos libros muy interesantes. El primero es un buen regalo de un amigo, "Los orígenes de la Leyenda Negra española", conjunto de estudios históricos del hispanista sueco Sverker Arnorldsson que supusieron un cambio radical en la percepción general de la llamada Leyenda Negra, arrojando luz sobre un fenómeno sometido a insoportables cotas de deformación histórica. Revelador.

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Para terminar esta tetralogía de lecturas, quisiera compartir con ustedes un reciente hallazgo: “It's Our Turn to Eat: The Story of a Kenyan Whistle-Blower", de Michela Wrong. Cuenta la historia de John Githongo, que expuso la corrupción endémica de Kenia después de la caída (tras unas elecciones democráticas) de Daniel Arap Moi, protagonista absoluto de la política poscolonial keniata durante décadas. Githongo fue designado por el gobierno del sucesor de Moi,  Mwai Kibaki, para erradicar la corrupción del país. Pese a las enormes esperanzas iniciales, pronto descubrió que en el nuevo régimen nada había cambiado: era el turno de los recién llegados para beneficiarse de su parte del pastel. Denunciarlo le costó el exilio. Una lección universal, extrapolable a todos aquellos regímenes donde las élites políticas, económicas e intelectuales se alían para perpetuarse en el poder por la vía de sistemas extractivos y/o corruptos. No dejen de leerlo; resulta tremendamente actual.

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Les animo a compartir sus lecturas estivales y a persistir en este hábito maravilloso. Como decía  Confucio:

No importa lo ocupado que piensas que estás, debes encontrar tiempo para leer, o entregarte a una ignorancia autoelegida.

La importancia de tener al día nuestros documentos financieros y últimas voluntades

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Hace ya unos años publiqué un artículo en Domestica tu Economía sobre la necesidad de tener ordenados, controlados y al día nuestros papeles y documentos financieros. Reflexionaba entonces sobre lo poco preparados que solemos estar (de hecho, no lo estamos nunca) para la terrible situación de perder inesperadamente un familiar, afrontar una penosa enfermedad o hacer frente a un accidente o fatalidad, algo que pone literalmente patas arriba nuestra realidad personal y, muy a menudo, también la financiera.

Aquella entrada de 2014 viene a cuento por el inesperado fallecimiento de Luciano, mi padre, el pasado mes de noviembre. Sí, Luciano, el protagonista de mi anterior entrada sobre presupuestos familiares, “Las finanzas personales en los recuerdos del abuelo”, gracias a quien pude hacer un recorrido por las finanzas personales de este país durante la posguerra y los años del desarrollo. Esos recuerdos, publicados muy poco antes de su muerte, quedan ahora registrados como el hermoso legado de un hombre cabal, a quien nadie le regaló nada en la vida y que vivió hasta el último momento con dignidad y salud para contarlo.

Luciano se nos fue en un suspiro, pero incluso después de fallecido nos dio una generosa lección sobre cómo dejar sus asuntos en perfecto estado de revista.

Leer artículo completo...

"No está"

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Para Luciano, in memoriam

“No está”, me dije.

Así. En un instante, hurtado su cuerpo de la materialidad del mundo, arrancada su voz de mi partitura cotidiana, extinguido su olor en la frontera de las cosas. No estaba.

Se fue, pero nada se detuvo. La vida prosiguió inexorable para los que todavía permanecimos, nos negó el respiro de un dolor quieto y paciente, el consuelo de una foto fija ante la que suspirar hondo y ofrecer un adiós más consistente y mejor hilvanado. Nos aturulló con papeles y ruidos, nos acogotó con las rutinas administrativas de la muerte y un puñado de urgencias insoportablemente triviales.

No está, pienso ahora, y sigo braceando en el vacío, tratando de recrear una última caricia. Los silencios se llenan de palabras no pronunciadas, los pensamientos de intenciones nonatas y en cada esquina habita una certitud de ausencia. Su voz en el contestador me anima a responderle más allá de toda esperanza y su último correo en la bandeja de entrada cobra hechuras de epitafio. No está, pero nunca estuvo tan presente. Es entonces cuando me doy cuenta: no se ha ido.

Lo advierto camuflado en mi rutina mañanera ante el espejo, guiñándome tras alguno de mis gestos, tan suyos. Me acompaña discreto cuando observo el mundo, cuando disfruto de la música que a ambos os gustaba, cuando leo las últimas palabras de nuestros columnistas preferidos. Advierto con emoción como pervive también, rotundo, en los ojos de mi hija y en tantos otros afectos familiares. Siento su pulso en ese reloj preferido que ahora porto, y escucho en silencio su viejo consejo ante nuevos azares. El dolor parece así menos árido, una carga algo más mullida y confortable, aunque dolor al fin y al cabo.

Y no. No se ha ido.

Su materia ha estallado por doquier en cuantos de luz, en polvo de estrellas sobre objetos, ideas, sueños, querencias, transformada para siempre en parte inextricable de nuestra existencia, hasta que el universo quiera y nos olvide a todos.

No se ha ido.

Está, y Einstein era un puto genio.  

Hojas de Otoño



Jorge escribía palabras en hojas de otoño.

Cada año esperaba ansioso la llegada de la estación para poder recoger las primeras hojas caídas en el cercano y frondoso bosque de arces. Seleccionaba las más grandes y simétricas, cuidando de que no estuvieran ni muy secas ni demasiado frescas, y escribía sobre su envés con caligrafía menuda y cuidadosa, usando un viejo plumín de galalite de su bisabuelo y tinta china de gran pureza levemente diluida con agua de lluvia.

Rebuscaba en viejos libros palabras que le resultaran hermosas al oído, tales como siempreviva, crisálida, dovela, cincel o aguamarina, y las transcribía sobre aquellas insólitas cuartillas vegetales. Otras veces se las inventaba: alderazuna, sueñálamo, indemiestrada... Guardaba las hojas ya escritas entre varias resmas de papel de barba encuadernadas a mano en forma de cartapacio, que ponía a prensar en la fresca sequedad de un anaquel del sótano, bajo pesados volúmenes de la Enciclopedia Espasa.

Con las primeras brisas primaverales, Jorge regresaba al bosque para orear el cuaderno, dejando que las hojas de arce, definitivamente desecadas, finísimas y quebradizas, retornaran para siempre al suelo donde pertenecían. A continuación leía con voz queda, emocionada, los versos que savia y tinta habían amorosamente fermentado durante el invierno sobre el recio papel: unos poemas sublimes, iridiscentes, casi sobrenaturales, preñados de nobleza y verdor, verdaderos prodigios de sabiduría centenaria.

Decálogo de economía y vida para jóvenes que empiezan

Nueva entrada en mi blog sobre finanzas personales de Domestica Tu Economía. Uno no puede salir al mundo y prosperar con una mochila repleta de piedras financieras desde el kilómetro cero. Por ello es conveniente dejar de hacer tonterías cuanto antes.

Artículo:  Juventud, divino tesoro… No la desperdicies

Onomatopeyic Man

De vez en cuando, la vida te regala momentos hummm, en los que todo rueda con precisión cronométrica y, hey baby, los pies levitan a ras de suelo como menudos hovercrafts. Whoooosh... el viento encantado acaricia el relieve de tu rostro. Crunch, masticas el momento, lo degustas, lo deglutes y sientes como se digiere: mariposas en el estómago. Te miras al espejo y uau, hasta te ves guapo. Das media vuelta, saludas, endureces los biceps y muack, estampas un beso a esa imagen salida de ti. Sientes los mecanismos engrasados, el tic tac que activa tus conexiones neuronales. Trabajas, vives y amas a gusto. Y suena una música muy parecida a ésta: