Las tres epidemias del coronavirus
En la anterior entrada de este blog efectuaba unas breves reflexiones sobre la dimensión global que estaba adquiriendo el brote de coronavirus tras haber salido de las fronteras de China. Quince días después, las dinámicas de esa expansión son todavía más claras y contundentes. En aquellas fechas, en España teníamos apenas unas decenas de casos; a fecha de hoy (7 de marzo) hemos alcanzado los 500 (cuarto país de Europa). En Italia ya van por los 5000 y están listos para aislar a 16 millones de personas. Se dice pronto.
Con las noticias de nuevos positivos nos llega también una avalancha de informaciones y desinformaciones, mentiras, medias verdades, datos científicos y bulos homeopáticos, cifras económicas, rumores, partes de situación, ruedas de prensa, desmentidos, acusaciones, teorías serias o conspirativas, declaraciones y mutis políticos… sumergiéndonos en un espeso plasma de incertidumbres y congojas. El COVID-19 tiene una dimensión que trasciende con mucho el componente sanitario y, como tal, sus consecuencias se extenderán largamente en el tiempo, más allá del momento de su contención. Tres son los brotes epidémicos que trae consigo:
El virus.
La desconfianza.
La desaceleración económica.
Los tres se realimentan en su potencial dañino.
1. EL INSOSPECHADO VIRUS
En el aspecto puramente médico, cada día vamos conociendo más aspectos del COVID-19, aunque sea una información necesariamente incompleta, dada la relativa novedad del organismo. La Organización Mundial de Salud ha efectuado un esfuerzo ingente de divulgación sobre la epidemia, incluyendo recomendaciones técnicas de actuación a las autoridades sanitarias. Y es precisamente en este punto donde empiezan las primeras asimetrías globales. Frente a la contundente y enormemente coercitiva respuesta china, impensable para los occidentales pero aplaudida por la propia OMS, hemos podido comprobar como cada nación ha hecho de su capa un sayo, siguiendo sus propios análisis internos, de acuerdo con sus capacidades sanitarias, prioridades políticas y económicas, peculiaridades culturales o configuraciones sociales, ofreciendo un mapa de reacciones heterogéneas que van desde el aislamiento de zonas enteras, la prohibición de eventos multitudinarios, la realización masiva de pruebas de detección, el cierre de colegios o las restricciones fronterizas, hasta un mero control adaptativo “blando” y una actuación selectiva sobre los brotes, sin prohibiciones específicas. Esta asimetría de informaciones y respuestas genera en sus respectivos ciudadanos un caudal interminable de preguntas ante las inevitables comparaciones que con toda razón se hacen. ¿Nos estamos pasando tres pueblos con las restricciones o nos estamos quedando miserablemente cortos, teniendo en cuenta lo que hacen nuestros vecinos? ¿Pueden más las consideraciones de naturaleza política o económica que las sanitarias? ¿Tenemos los medios suficientes? ¿Está el contagio controlado o lo damos por perdido? ¿Por qué se impide a los profesionales asistir a una reunión científica, pero se permiten y hasta fomentan las manifestaciones multitudinarias? ¿Nos ocultan la gravedad de la epidemia? Y la cuestión que repetidamente aparece en los medios: incluso aceptando la presunta imposibilidad práctica de detener el brote, ¿no resultaría mejor ser muy restrictivos ahora para evitar colapsar el sistema más tarde?
La respuesta heterogénea y descoordinada de la propia Unión Europea (con varios miles de casos reconocidos mientras escribo esta entrada), siempre lenta y reactiva, tan precupada por el Brexit y sus presupuestos como incapaz en apariencia de ofrecer una sola voz ante la epidemia ni el necesario liderazgo en recursos, procesos e información, no hace más que contribuir a este panorama confuso, a una incómoda sensación de improvisación y de “sálvese quién pueda”, generadora de la segunda ola epidémica asociada al coronavirus: la pérdida de confianza.
2. DESCONFIANZA
Frank Sonnenberg ha escrito que la confianza es como la presión sanguínea: es silenciosa, vital para la salud, y si se abusa de ella puede ser mortal. En el caso de una epidemia, la confianza ciudadana es el cimiento fundamental que articula una respuesta efectiva a la misma. Hace unos días, divulgaba en mi cuenta de Twitter una fantástica pieza histórica de la revista del Smithsonian sobre la evolución y gestión en EEUU de la pandemia de gripe en 1918. Una lectura larga, en inglés, pero muy recomendable, que nos habla de unas lecciones aprendidas que siguen de plena actualidad. El principal mensaje del autor con respecto a aquellos terribles acontecimientos se me quedó grabado a fuego en la memoria:
La lección más importante de 1918 es decir la verdad. Aunque esa idea se incorpora a todos los planes de preparación que conozco, su implementación real dependerá del carácter y liderazgo de las personas a cargo cuando estalle una crisis
En efecto, la eficacia de las intervenciones públicas en un evento sanitario de estas dimensiones depende del cumplimiento de los ciudadanos, y para que éstos cumplan, evidentemente, deben confiar en lo que se les dice. Este hecho resulta si cabe todavía mucho más relevante ante la enorme capacidad actual de difusión de información, tanto veraz como falsa. La falta de voluntad para responder públicamente a preguntas incómodas, para proporcionar directrices coherentes o para reconocer, sin alarmismos, la inevitabilidad de una epidemia acaba significando “que los ciudadanos buscarán respuestas en otros lugares y probablemente encontrarán muchas malas”. En esos casos, casi siempre prevalece la jungla. Para las autoridades públicas, se trata de un reto tan grande como el de la misma enfermedad.
En China, el férreo control informativo y la censura hicieron mucho más daño que la pandemia, pese a la posterior gestión de la misma. Son muchas las cosas que pueden hacerse para mejorar y coordinar una gestión informativa que sea rápida, potente, transparente y de acceso único, universal e inmediato para los ciudadanos, algo impensable en un régimen dictatorial pero imprescindible en una democracia avanzada. Tenemos los medios tecnológicos y los recursos financieros necesarios. Todo ello, acompañado de liderazgo, responsabilidad y capacidad de decisión.
No hay que tener miedo a decidir cosas, aunque resulten impopulares. Y cuanto más alto sea el nivel decisorio, mejor. De lo contrario se producirá la inevitable quiebra de confianza, lo que es demoledor para la tercera ola epidémica a la que me voy a referir, de naturaleza económica.
3. EL CONTAGIO ECONÓMICO
Hace dos semanas ya explicamos como el parón de la economía china debido al COVID-19 iba a tener efectos multiplicadores a nivel mundial, debido a su integración cada vez mayor en las cadenas de valor globales, tal y como refleja el mapa anterior. Tales efectos ya se están presentando con fuerza a medida que la epidemia avanza, junto con otros que también apuntábamos entonces: caída de precio del petróleo y de las materias primas, disminución de los flujos comerciales, disrupciones en la industria tecnológica e inestabilidad de los mercados financieros. Pero es en el tráfico aéreo donde el impacto va a resultar más inmediato: la IATA acaba de actualizar sus previsiones económicas ante la expansión del COVID-19, dibujando dos escenarios: uno de disfusión moderada del virus, con 63.000 millones de dólares en pérdidas globales de ingresos de viajeros, sólo en 2020, y otro de difusión más extensa, en el que las pérdidas pueden alcanzar los 133.000 millones de dólares. Este último escenario, nada improbable de proseguir la tendencia epidémica actual, podría llevarse por delante a muchas compañías aéreas. De su capacidad de reacción y adaptación dependerá su supervivencia. Huelga apuntar, además, las consecuencias derivadas en otros sectores tan importantes para muchos países como el turismo, algo que se nota ya con fuerza en las zonas más afectadas por la epidemia. Vienen curvas para todos.
Todo lo dicho se traducirá en una ralentización económica que instituciones internacionales como la OCDE han empezado a estimar en la revisión de sus previsiones:
Otras firmas de análisis macro, como Focus Economics, apuntan a efectos similares, tanto en la economía china como a escala global:
Estas estimaciones no resultan triviales, y son susceptibles tanto de empeorar como de ser contenidas. La falta de confianza en la respuesta de los gobiernos e instituciones internacionales a esta pandemia podría conducir a que el parón económico se consolidara y acabara produciendo un daño a los ciudadanos mayor que la propia enfermedad, que por ahora parece estar muy lejos en letalidad con respecto a otros brotes víricos. Ello abriría las puertas a una crisis sistémica de naturaleza y consecuencias imprevisibles, poniendo a prueba la capacidad de respuesta fiscal de las naciones, especialmente aquellas que durante este último período de expansión no han hecho sus deberes estructurales. Esperemos que no sea así, y que todas estas turbulencias acaben resultando un mal sueño dentro de unos meses.
No despreciemos, por tanto, al COVID-19. Este simulacro de gripe, como la califican algunos despectivamente, trae consigo más de un brote epidémico, cada cual más peligroso que el propio virus. Actuemos, y hagámoslo todos, globalmente. La falta de decisión, el acobardamiento y la complacencia conducen inevitablemente al rotundo fracaso colectivo.