El gran interrogante de un mundo-post coronavirus

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Hace unas semanas iniciaba mi andadura en el Blog Salmón con un artículo dedicado a la China post-coronavirus. Decíamos entonces que mientras las economías occidentales se detienen en seco por la crisis sanitaria y suman sus muertos por decenas de miles, en China parece haber pasado lo peor. El desacople geoeconómico del área Asia-Pacífico, ya en marcha antes de la pandemia, parece haberse acelerado con fuerza. Las consecuencias directas e indirectas de esta crisis anuncian un posible nuevo orden internacional y una revisión completa de los fundamentos socioeconómicos que estructuraban el mundo del siglo pasado.Todo va a cambiar, pero no sabemos muy bien cómo ni hacia dónde.

Esto es lo que analizo en mi segunda entrega dedicada al impacto global del #COVID-19.

Leer artículo completo aquí.

El Retorno de la Inversión Honesta (ROIH)

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(Dedicado a Luis I. Gómez, con todo mi aprecio y admiración)

Los indicadores financieros son valores que se obtienen poniendo en relación las diferentes partidas de los estados económico-financieros de la empresa, y que pretenden ofrecer una medida del desempeño de ésta. Su magnitud, comparada con un determinado nivel de referencia, puede señalar una desviación sobre la cual adoptar acciones correctivas o preventivas. Por ejemplo, el ROI, que por sus siglas en inglés significa Return On Investment, es una métrica que refleja, expresado de una manera sencilla, las ganancias financieras obtenidas con cada acción o proyecto empresarial.

Se trata, sin embargo, de una magnitud cruda, que no es capaz de medir intangibles clave. Por ejemplo, la honestidad, esa palabra que no me canso de repetir y por la que me arriesgo a que ustedes me tachen, con razón, de plasta. 

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Ojalá existiera un indicador que midiera, por ejemplo, el ROIH: un eventual Retorno de la Inversión Honesta, menor (o no) que el ROI financiero en términos económicos, pero muchísimo más valioso si atendemos a criterios de ética, responsabilidad y creación de valor a largo plazo, porque no hay nada tan poderoso como el discurso y los hechos de alguien natural, honesto y creíble.

Dicho esto, el camino de la honestidad personal, empresarial y política resulta casi siempre más difícil, costoso y prolongado que los atajos rápidos tomados por líderes impostados y poco escrupulosos. Quizás a muchos pueda parecer que eso les funciona. No obstante, estoy convencido que hacer las cosas bien y conforme a conciencia suele reportar grandes beneficios con el tiempo, muchos de ellos incluso susceptibles de ser contabilizados, aunque por encima de todo conlleva paz de espíritu. Y esa no hay dinero ni fama que la pague.

Haciendo mías las palabras de François Fenelon:

La rectitud de conducta y la reputación general de rectitud recaban para sí mayor confianza y aprecio, y a la larga, por consiguiente, más ventajas, incluso materiales, que cualquier camino sinuoso.

Algunos deberían tomar buena nota en estos tiempos tan difíciles que estamos viviendo.

Esto no es un manual de resistencia

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Cuando escribo esta entrada llevamos ya 21 días de confinamiento en España. Todos encerrados en casa menos quienes cada jornada se parten el cobre, arriesgando su salud, para combatir en el frente saniario o mantener en funcionamiento el respirador de la actividad mínima necesaria para la supervivencia de todo.

Quienes todavía tenemos que acudir a nuestros puestos de trabajo transitamos por unas calles sacadas de películas apocalípticas. Mi siempre hiperactiva imaginación me ha transmutado algún día en una especie de Robert Neville (Charlton Heston) cruzando las calles desiertas de los Ángeles, sólo que en Madrid. O en el coronel George Taylor (de nuevo, Charlton), temiéndome que al doblar la esquina para llegar a mi edificio de oficinas me encontrara, ya no con la Estatua de la Libertad, sino con el esqueleto cementerial de lo que un día fue el Santiago Bernabeu. Películero que es uno.

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Pero eso es fuera. Dentro de los hogares, permanecen los resistentes como soldados de trinchera. Les han dicho que son héroes, que su esfuerzo de contención resulta vital para derrotar al enemigo invisible que ha minado el territorio de su devenir cotidiano. Cada día se asoman al horizonte de sus ventanas o balcones para aplaudir a sus valientes. Cantan, lloran, ríen, se animan, hacen chanzas, se cuentan la vida de ayer y se reconocen en la angustia de hoy y de mañana. Luego regresan al refugio para escuchar los partes de campaña en televisiones, radios, redes. Planean y repiten rutinas, recorren pasillos, cocinan, duermen, hacen los deberes, llaman y son llamados, chatean, teletrabajan, escriben, colorean, cocinan y vuelven a cocinar, se pelean, se odian, se reconcilian, se aman, se animan y se desesperan.

Padecen por sus ausentes y enfermos, lloran de agradecimiento por los curados y se rompen en pedazos de dolor e impotencia por no poder despedir a sus muertos. Reciben catararas de cifras crudas sobre fallecidos, ingresados, recuperados. Cuentan las horas, los amaneceres, los ocasos y luego pierden la cuenta y dibujan en calendarios inciertos sus luces al final del túnel. Les explican que esto va ser cosa de unas jornadas, o a lo mejor varias semanas, tal vez un mes, quién sabe. Han aprendido que lo que hoy no es recomendable mañana puede resultar obligatorio, que lo impensable de ayer puede materializarse la semana que viene, que todo es una sopa de incertidumbres movedizas, y que verdades y mentiras son parte indistinguible de una materia amorfa que acogota sus sueños. Que las empresas que cierran y los trabajos que han perdido es posible que regresen, o que nunca lo hagan, cuando esto acabe. Se enfadan, echan la culpa o disculpan a unos y a otros por su acción o inacción. Se lamentan de las palabras dichas o no dichas, de los amigos no recuperados, de las demoras perezosas en el camino de sus sueños. Trazan planes sobre futuros inciertos y se aferran a ellos como un soldado a su viejo fusil, con la última bala de esperanza en la recámara.

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A este ejército de almas compungidas no podemos pedirle siempre la euforia permanente, la confianza ciega, el subidón de espíritu, la actividad incesante del refugio. No podemos abrumarles cada momento con palabras bonitas. No podemos, no debemos arengarles mientras les mentimos. Deben saber que no pasa nada por quedarse quietos o llorar sin motivo. Que no pasa nada por callar. Que no pasa nada por estar iracundos con el mundo, no pasa nada por hollar la zozobra, no pasa nada por bajar revoluciones o por dejar rebosar la pena negra que de vez en cuando les desborda. Hay que respetar los silencios y el dolor. Necesitan su espacio. Recuperar la parsimonia.

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Decía @carlos__alsina en la radio que el principal enemigo de la esperanza es el cansancio, eso que los militares conocemos como fatiga de combate. Por eso es bueno replegarse regularmente y recuperar energías. Atenerse a los valores esenciales y eliminar cargas accesorias. De lo contrario, nuestros esfuerzos van perdiendo norte y sentido. Reencontrarnos con nosotros mismos y luego regresar a la trinchera con la quijada prieta, esperando siempre lo mejor y preparados para lo peor. Tocados, pero no hundidos.

Quedan muchos días, y nuestras fuerzas son limitadas. Hay que cuidarse.

Cuídense. Por favor. Cuídense.



Webinar: el impacto económico del coronavirus #COVID19

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En este webinar de formación continua para los Controllers certificados, Chartered Controller Analyst, CCA Certificate®, describo las consecuencias económicas del Coronavirus.

Más allá de la grave crisis sanitaria, el parón económico chino debido a las extraordinarias medidas de contención del coronavirus ha tenido un impacto severo a nivel internacional, dada la gran dimensión económica e integración del gigante asiático en las cadenas de valor globales.

La oferta y la demanda mundiales de materias primas, productos básicos e intermedios se ha reducido de manera similar a la fase más aguda de la crisis financiera de 2008, provocando caída de precios y de actividad. Esta caída no se observó en otras epidemias recientes o tras los ataques del 11 de septiembre.

A los costes directos de la emergencia médica y las compensaciones y estímulos económicos movilizados como respuesta, habrá que añadir otros mucho más graves y cuantiosos derivados de la ralentización de la actividad económica. Una disrupción prolongada debida al brote epidémico puede conducir a un bucle vicioso de oferta y demanda globales, abriendo la puerta a un estancamiento económico mundial de difícil salida, dado el reducido margen de actuación de una política monetaria extremadamente laxa, ya instalada en tipos muy bajos y negativos, y de una política fiscal de recorrido relativamente corto y peligroso, y el elevado nivel de endeudamiento global, situado en máximos históricos. Esta disrupción prolongada se traslada también al mercado del petróleo, sumido además en una guerra de precios, y finalmente a los mercados financieros, atenazados por una crisis de confianza que ahuyenta a los inversores y desploma las bolsas mundiales.

Toda esta situación podría constituir el germen de una crisis económica sin precedentes, de no adoptarse medidas coordinadas a nivel global, tanto para contener la expansión epidémica como para restablecer la confianza económica. Espero que les interese.

Boris Johnson, los tulipanes y el garbanzo contador

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En mi nuevo artículo, esta vez para Disidentia y sobre el #covid19, hago mías las palabras de Alberto Rojas para tratar un tema muy complejo y doloroso:

Un país que lucha por que no se mueran sus ancianos (mis padres y los tuyos) es mucho mejor que cualquiera que lo permita.

No cabe rendirse, nunca.

Leer artículo completo

Así puede ser la China post-coronavirus

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Inauguro mi colaboración regular con el Blog Salmón haciendo una reflexión sobre el posible papel del gigante asiático después de que el mundo consiga recuperarse la crisis provocada por el COVID-19. Mientras China reduce día tras día su cifra de infectados y empieza a flexibilizar sus restricciones, el mundo occidental se enfrenta a una crisis de enormes dimensiones y de consecuencia inciertas.

Leer el artículo completo.

Las tres epidemias del coronavirus

En la anterior entrada de este blog efectuaba unas breves reflexiones sobre la dimensión global que estaba adquiriendo el brote de coronavirus tras haber salido de las fronteras de China. Quince días después, las dinámicas de esa expansión son todavía más claras y contundentes. En aquellas fechas, en España teníamos apenas unas decenas de casos; a fecha de hoy (7 de marzo) hemos alcanzado los 500 (cuarto país de Europa). En Italia ya van por los 5000 y están listos para aislar a 16 millones de personas. Se dice pronto.

Con las noticias de nuevos positivos nos llega también una avalancha de informaciones y desinformaciones, mentiras, medias verdades, datos científicos y bulos homeopáticos, cifras económicas, rumores, partes de situación, ruedas de prensa, desmentidos, acusaciones, teorías serias o conspirativas, declaraciones y mutis políticos… sumergiéndonos en un espeso plasma de incertidumbres y congojas. El COVID-19 tiene una dimensión que trasciende con mucho el componente sanitario y, como tal, sus consecuencias se extenderán largamente en el tiempo, más allá del momento de su contención. Tres son los brotes epidémicos que trae consigo:

  1. El virus.

  2. La desconfianza.

  3. La desaceleración económica.

Los tres se realimentan en su potencial dañino.

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1. EL INSOSPECHADO VIRUS

En el aspecto puramente médico, cada día vamos conociendo más aspectos del COVID-19, aunque sea una información necesariamente incompleta, dada la relativa novedad del organismo. La Organización Mundial de Salud ha efectuado un esfuerzo ingente de divulgación sobre la epidemia, incluyendo recomendaciones técnicas de actuación a las autoridades sanitarias. Y es precisamente en este punto donde empiezan las primeras asimetrías globales. Frente a la contundente y enormemente coercitiva respuesta china, impensable para los occidentales pero aplaudida por la propia OMS, hemos podido comprobar como cada nación ha hecho de su capa un sayo, siguiendo sus propios análisis internos, de acuerdo con sus capacidades sanitarias, prioridades políticas y económicas, peculiaridades culturales o configuraciones sociales, ofreciendo un mapa de reacciones heterogéneas que van desde el aislamiento de zonas enteras, la prohibición de eventos multitudinarios, la realización masiva de pruebas de detección, el cierre de colegios o las restricciones fronterizas, hasta un mero control adaptativo “blando” y una actuación selectiva sobre los brotes, sin prohibiciones específicas. Esta asimetría de informaciones y respuestas genera en sus respectivos ciudadanos un caudal interminable de preguntas ante las inevitables comparaciones que con toda razón se hacen. ¿Nos estamos pasando tres pueblos con las restricciones o nos estamos quedando miserablemente cortos, teniendo en cuenta lo que hacen nuestros vecinos? ¿Pueden más las consideraciones de naturaleza política o económica que las sanitarias? ¿Tenemos los medios suficientes? ¿Está el contagio controlado o lo damos por perdido? ¿Por qué se impide a los profesionales asistir a una reunión científica, pero se permiten y hasta fomentan las manifestaciones multitudinarias? ¿Nos ocultan la gravedad de la epidemia? Y la cuestión que repetidamente aparece en los medios: incluso aceptando la presunta imposibilidad práctica de detener el brote, ¿no resultaría mejor ser muy restrictivos ahora para evitar colapsar el sistema más tarde?

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La respuesta heterogénea y descoordinada de la propia Unión Europea (con varios miles de casos reconocidos mientras escribo esta entrada), siempre lenta y reactiva, tan precupada por el Brexit y sus presupuestos como incapaz en apariencia de ofrecer una sola voz ante la epidemia ni el necesario liderazgo en recursos, procesos e información, no hace más que contribuir a este panorama confuso, a una incómoda sensación de improvisación y de “sálvese quién pueda”, generadora de la segunda ola epidémica asociada al coronavirus: la pérdida de confianza.

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2. DESCONFIANZA

Frank Sonnenberg ha escrito que la confianza es como la presión sanguínea: es silenciosa, vital para la salud, y si se abusa de ella puede ser mortal. En el caso de una epidemia, la confianza ciudadana es el cimiento fundamental que articula una respuesta efectiva a la misma. Hace unos días, divulgaba en mi cuenta de Twitter una fantástica pieza histórica de la revista del Smithsonian sobre la evolución y gestión en EEUU de la pandemia de gripe en 1918. Una lectura larga, en inglés, pero muy recomendable, que nos habla de unas lecciones aprendidas que siguen de plena actualidad. El principal mensaje del autor con respecto a aquellos terribles acontecimientos se me quedó grabado a fuego en la memoria:

La lección más importante de 1918 es decir la verdad. Aunque esa idea se incorpora a todos los planes de preparación que conozco, su implementación real dependerá del carácter y liderazgo de las personas a cargo cuando estalle una crisis

En efecto, la eficacia de las intervenciones públicas en un evento sanitario de estas dimensiones depende del cumplimiento de los ciudadanos, y para que éstos cumplan, evidentemente, deben confiar en lo que se les dice. Este hecho resulta si cabe todavía mucho más relevante ante la enorme capacidad actual de difusión de información, tanto veraz como falsa. La falta de voluntad para responder públicamente a preguntas incómodas, para proporcionar directrices coherentes o para reconocer, sin alarmismos, la inevitabilidad de una epidemia acaba significando “que los ciudadanos buscarán respuestas en otros lugares y probablemente encontrarán muchas malas”. En esos casos, casi siempre prevalece la jungla. Para las autoridades públicas, se trata de un reto tan grande como el de la misma enfermedad.

En China, el férreo control informativo y la censura hicieron mucho más daño que la pandemia, pese a la posterior gestión de la misma. Son muchas las cosas que pueden hacerse para mejorar y coordinar una gestión informativa que sea rápida, potente, transparente y de acceso único, universal e inmediato para los ciudadanos, algo impensable en un régimen dictatorial pero imprescindible en una democracia avanzada. Tenemos los medios tecnológicos y los recursos financieros necesarios. Todo ello, acompañado de liderazgo, responsabilidad y capacidad de decisión.

No hay que tener miedo a decidir cosas, aunque resulten impopulares. Y cuanto más alto sea el nivel decisorio, mejor. De lo contrario se producirá la inevitable quiebra de confianza, lo que es demoledor para la tercera ola epidémica a la que me voy a referir, de naturaleza económica.

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3. EL CONTAGIO ECONÓMICO

Hace dos semanas ya explicamos como el parón de la economía china debido al COVID-19 iba a tener efectos multiplicadores a nivel mundial, debido a su integración cada vez mayor en las cadenas de valor globales, tal y como refleja el mapa anterior. Tales efectos ya se están presentando con fuerza a medida que la epidemia avanza, junto con otros que también apuntábamos entonces: caída de precio del petróleo y de las materias primas, disminución de los flujos comerciales, disrupciones en la industria tecnológica e inestabilidad de los mercados financieros. Pero es en el tráfico aéreo donde el impacto va a resultar más inmediato: la IATA acaba de actualizar sus previsiones económicas ante la expansión del COVID-19, dibujando dos escenarios: uno de disfusión moderada del virus, con 63.000 millones de dólares en pérdidas globales de ingresos de viajeros, sólo en 2020, y otro de difusión más extensa, en el que las pérdidas pueden alcanzar los 133.000 millones de dólares. Este último escenario, nada improbable de proseguir la tendencia epidémica actual, podría llevarse por delante a muchas compañías aéreas. De su capacidad de reacción y adaptación dependerá su supervivencia. Huelga apuntar, además, las consecuencias derivadas en otros sectores tan importantes para muchos países como el turismo, algo que se nota ya con fuerza en las zonas más afectadas por la epidemia. Vienen curvas para todos.

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Todo lo dicho se traducirá en una ralentización económica que instituciones internacionales como la OCDE han empezado a estimar en la revisión de sus previsiones:

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Otras firmas de análisis macro, como Focus Economics, apuntan a efectos similares, tanto en la economía china como a escala global:

Estas estimaciones no resultan triviales, y son susceptibles tanto de empeorar como de ser contenidas. La falta de confianza en la respuesta de los gobiernos e instituciones internacionales a esta pandemia podría conducir a que el parón económico se consolidara y acabara produciendo un daño a los ciudadanos mayor que la propia enfermedad, que por ahora parece estar muy lejos en letalidad con respecto a otros brotes víricos. Ello abriría las puertas a una crisis sistémica de naturaleza y consecuencias imprevisibles, poniendo a prueba la capacidad de respuesta fiscal de las naciones, especialmente aquellas que durante este último período de expansión no han hecho sus deberes estructurales. Esperemos que no sea así, y que todas estas turbulencias acaben resultando un mal sueño dentro de unos meses.

No despreciemos, por tanto, al COVID-19. Este simulacro de gripe, como la califican algunos despectivamente, trae consigo más de un brote epidémico, cada cual más peligroso que el propio virus. Actuemos, y hagámoslo todos, globalmente. La falta de decisión, el acobardamiento y la complacencia conducen inevitablemente al rotundo fracaso colectivo.




Coronavirus, globalización y la geopolítica del miedo.

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Cuando el mes pasado estimaba que el brote de coronavirus se iba a notar no sólo en los mercados, sino en la economía real a nivel mundial, me tacharon de alarmista. Ahora mismo, la disrupción ya se está produciendo. En China, y por dispersión sistémica, en el resto del mundo (debido al espectacular crecimiento y nivel de integración global del gigante asiático). La globalización es lo que tiene: circulan bienes, servicios, capitales, conocimiento… y también enfermedades y miedos.

Corea va incrementar su nivel de alerta al rojo. Turquía acaba de cerrar todas sus fronteras terrestres con Irán. Rusia lo hizo con China. Estados Unidos Estados Unidos ya declaró hace semanas una emergencia sanitaria pública al respecto.


Sólo en el sector aéreo las pérdidas se podrían elevar a 30.000 millones de dólares. En lo que va de año se ha registrado ya un 8,2% de disminución del número de pasajeros en Asia respecto al mismo período en 2019 (IATA).

Más efectos probables a corto plazo:

  • Disrupción de las cadenas de suministro globales, que conlleverá disminución de los flujos comerciales y decrecimiento.

  • Caída en el precio de las materias primas.

  • Inestabilidad en los mercados emergentes asiáticos y más tarde en los globales.

Y la expansión no se detiene. El coronavirus ha llegado con fuerza al Norte de Italia, lo que puede gripar un motor económico ya de por sí muy delicado. Milán ha cerrado escuelas, cines, museos y teatros. Venecia cancela su carnaval. Once municipios, con 50.000 personas, quedan aislados de manera forzosa por un decreto ley. Una evolución a seguir muy de cerca por el posible efecto contagio, y no me refiero al de la enfermedad (que también).

Se impone la geopolítica del miedo, incrementado por la desconfianza ante la falta de transparencia en China (una dictadura política de facto) más el efecto multiplicador y disruptor de las redes sociales, plagadas de noticias falsas que no hacen sino empeorar la situación.

Todavía resulta prematuro aventurar nada, pero estamos ante un cóctel muy peligroso que podría conducirnos a una nueva crisis global de consecuencias imprevisibles. El coronavirus parece el perfecto ejemplo de cisne negro tal y como lo definió Taleb: un hecho con el que nadie contaba y que está trastocando los procesos globales.

Como analista, y si estuviera el frente de una consultoría estratégica, mi consejo sería estar muy atentos y esperar al menos un par de semanas antes de tomar ninguna decisión de política económica o empresarial de alto nivel que pudiera comprometer un muy necesario margen de reacción.

Big Trouble in Little Britain?

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El viernes a las 11:00 PM (hora de Londres, medianoche en Bruselas), el Reino Unido dejó de pertenecer a la Unión Europea, de la que formaba parte (a su peculiar manera) desde 1973. La salida se produce tres años, siete meses y una semana después de un referéndum en el que un 51,9% de británicos apoyó la opción del Brexit, tras un proceso trufado de rancio nacionalismo, abundante demagogia, falacias a todo ritmo y un sinfín de torpezas políticas, sin olvidar tampoco la ceguera, autocomplacencia y carencia de autocrítica de las instituciones comunitarias. En este sentido, no puedo sino compartir punto por punto el sentimiento expresado por Juan Claudio de Ramón: me cuesta mucho asimilar que el Brexit se hizo con mentiras, y eso me acaba casi importando más que otras consideraciones geopolíticas o socioeconómicas.

Todo lo dicho fue más patente todavía al escuchar el discurso de salida (pregrabado) de Boris Johnson, un revival a lo Churchill, que venía a emular los tiempos gloriosos de unidad y resistencia británica durante la Segunda Guerra Mundial. Fue como estar ante una especie de “Keep Calm and Carry On” del siglo XXI. El problema es que Boris no es siquiera la sombra de Winston (ni de Tatcher), que la sociedad británica afronta completamente dividida el futuro, que el enemigo externo a batir es un constructo mayormente ficiticio y que las maravillas que se anuncian resultan todavía especulaciones inciertas de una nación que, como las otras viejas naciones europeas, ya no es tan grande ni puede competir en el teatro geopolítico con añosas hechuras imperiales.

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¿Un nuevo comienzo?

Por otra parte, es comprensible que tras estos meses turbulentos sea difícil resistirse a la sensación de estar recomenzando, de liberarse de ese invisible yugo burocrático que tanto parecía maniatar al pueblo inglés y le impedía retornar a pasadas grandezas. La luz es ahora más clara, el aire más ligero, cualquier cosa es posible, todo está por venir, aunque sea la cruda realidad. De peores cosas hemos salido, apuntan los políticos brexiters, con la irresponsable displicencia que otorga el saber que, con toda probabilidad, nunca van a ser los paganos de sus decisiones. Por ello, la tentación de diverger con la Unión Europea es muy grande, y diverger es precisamente lo que pretende Johnson en estos próximos meses de negociación. Porque, queridos lectores, el Brexit no ha hecho más que empezar.

Recordemos que el 1 de febrero se inició el llamado periodo transitorio, que finaliza el 31 de diciembre de este mismo año. El Reino Unido podría solicitar una prórroga antes del 1 de julio, pero el premier británico no está por la labor. Pedir la prórroga más tarde de esa fecha requeriría una reforma del Acuerdo de Retirada o un nuevo acuerdo, lo que se considera prácticamente inviable. El problema es que el marco legal de relación futura que se pretende acordar en este lapso brevísimo de tiempo es, sencillamente, una pesadilla política.

El “mínimo vital”

La Declaración Política Revisada que acompaña al Acuerdo de Salida ha supuesto un cambio en la filosofía de la futura relación entre Reino Unido y la UE, alejándose de la estrecha relación que pretendía el gobierno de May y definiendo un nuevo marco basado en un acuerdo de libre comercio que permita la mencionada divergencia regulatoria entre ambos actores.

Dada la envergadura de la tarea negociadora y el exiguo calendario, Michel Barnier, jefe de la Task Force de la UE, ha propuesto centrarse en aquellos asuntos que no requieran la ratificación por parte de los Parlamentos nacionales, sugiriendo un “mínimo vital” compuesto por los siguientes elementos:

  • Un Acuerdo de Libre Comercio (FTA): centrado en bienes, incluyendo los productos agrícolas, y vinculado a un acuerdo de pesca (“imperativo”, según Barnier). El acuerdo incluiría disposiciones “sólidas” en materia de igualdad de condiciones (Level Playing Field, LPF).

  • Un Acuerdo en materia de seguridad interior

  • Un Acuerdo en materia de seguridad exterior

  • Disposiciones en materia de gobernanza.

Ahí es nada. En apenas 11 meses.

Por su parte, las estrategias negociadoras de la UE y del Reino Unido difieren notablemente, y vienen distorsionadas por el factor tiempo, como explicaba en un reciente hilo de Twitter, que finalmente ha dado lugar a esta entrada:

Con respecto a Gibraltar, Barnier asegura que se excluirá del mandato negociador, aunque el gobierno del Peñón ya se ha apresurado a arriar la bandera de la Unión y a izar la de la Commonwealth. Toda una declaración de intenciones.

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Tal combinación de complejidad y premura abre importantes interrogantes:

  1. ¿Seremos capaces de llegar a un acuerdo en menos de 11 meses?

  2. ¿Mantendrán los países de la UE la cohesión necesaria durante este período negociador?

  3. ¿Tenemos realmente asumida la posibilidad de un no deal en temas clave?

Sobre las tres cuestiones anteriores tengo muchas dudas, pero con respecto al Reino Unido, estoy convencido de que va a resultar un negociador incisivo, correoso, marrullero y desesperante para la burocracia comunitaria, y que someterá a dura prueba la consistencia de la Unión. No en vano, llevan décadas zascandileando en ella y siglos enteros enredando en el panorama geopolítico global, en incansable defensa de sus intereses. Los británicos son un pueblo admirable, orgulloso, tenaz y resistente, capaces tanto de grandes sacrificios y generosidades como de notables y persistentes atropellos. Más o menos, como cualquier antiguo imperio que se precie. No esperen otra cosa de ellos.

Por otra parte, tampoco debemos olvidar lo que comentaba hace unos días Enrique Feás al respecto a la posición de la Unión:

Los británicos no se dan cuenta de que, cuanto más integrado está un país en la estructura productiva europea (como el Reino Unido), más cuidadosa tiene que ser la UE con el “Level Playing Field”, porque más daño les puede hacer la competencia desleal. Canadá está a 5.000 km, ellos a 300.

En definitiva, las espadas están en todo lo alto.

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un futuro incierto

La realidad nos dice que, pese a las declaraciones de Johnson, las insufribles celebraciones de personajes como Farage y las continuas promesas de paraíso terrenal que ofrecen las portadas del Telegraph (autoproclamado “salvador del Brexit”), nos hallamos en un limbo de incertidumbres y de palabrería voluntariosa. Precisamente, una de las mayores incógnitas actuales es la propia capacidad del gobierno británico para gestionar todo el proceso con garantías, más allá de las alharacas mediáticas. Por no hablar de las renovadas tensiones nacionalistas en Escocia e Irlanda del Norte.

Como bien apunta The Economist, el análisis gubernamental de impacto económico del Brexit estimó la reducción a largo plazo del PIB per capita en el caso de una relación “cercana” con la UE (como la de Noruega) en alrededor del 1.4%, frente una pérdida del 4.9% en el supuesto de una relación más “distante”. La diferencia representa el coste de la divergencia regulatoria, con impacto directo en la vida de los ciudadanos británicos. Dicha divergencia ofrece también notables oportunidades, pero nada se ha materializado aún, salvo la mera constancia del divorcio.

Cierto es que de todo se acaba saliendo, pero aún está por ver si el Brexit supondrá para Gran Bretaña ese prometido retorno a antiguos esplendores o, por el contrario, la convertirá en un país más frágil y empequeñecido dentro del panorama global, una Little Britain sumida en un Enorme Problema por culpa de unos políticos que mintieron a su pueblo y no supieron estar a la altura de su historia.