Tal combinación de complejidad y premura abre importantes interrogantes:
¿Seremos capaces de llegar a un acuerdo en menos de 11 meses?
¿Mantendrán los países de la UE la cohesión necesaria durante este período negociador?
¿Tenemos realmente asumida la posibilidad de un no deal en temas clave?
Sobre las tres cuestiones anteriores tengo muchas dudas, pero con respecto al Reino Unido, estoy convencido de que va a resultar un negociador incisivo, correoso, marrullero y desesperante para la burocracia comunitaria, y que someterá a dura prueba la consistencia de la Unión. No en vano, llevan décadas zascandileando en ella y siglos enteros enredando en el panorama geopolítico global, en incansable defensa de sus intereses. Los británicos son un pueblo admirable, orgulloso, tenaz y resistente, capaces tanto de grandes sacrificios y generosidades como de notables y persistentes atropellos. Más o menos, como cualquier antiguo imperio que se precie. No esperen otra cosa de ellos.
Por otra parte, tampoco debemos olvidar lo que comentaba hace unos días Enrique Feás al respecto a la posición de la Unión:
Los británicos no se dan cuenta de que, cuanto más integrado está un país en la estructura productiva europea (como el Reino Unido), más cuidadosa tiene que ser la UE con el “Level Playing Field”, porque más daño les puede hacer la competencia desleal. Canadá está a 5.000 km, ellos a 300.
En definitiva, las espadas están en todo lo alto.