Recortes

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Llevo varias semanas haciendo un seguimiento diario de la coyuntura económica española en mi timeline de Twitter (pueden seguir este tuit y su hilo), que sumarizo cada mes en mis artículos para el Blog Salmón.

Una de las consecuencias del deterioro macroeconómico de nuestro país a causa de la pandemia de coronavirus y de su gestión, tanto a nivel público como también ciudadano, es la insuficiencia de recursos presupuestarios para hacer frente a todos los desembolsos que requiere el enorme esfuerzo de sostenimiento de emergencia y de ayuda, adicional al del propio funcionamiento de las Administraciones Públicas, que ya era financieramente deficitario en su conjunto antes de la llegada del COVID-19. El déficit público hasta junio se elevaba ya al 6.1% del PIB, con unos ingresos desplomados en línea con el PIB pero con gastos (sin intereses e inversión pública) crecientes.

Incluso con los préstamos y subvenciones europeas que se han activado para responder a esta crsis sanitaria, los meses que vienen van a requerir un ajuste notable de las cuentas públicas. La forma de hacer dichos ajustes dependerá mucho de cómo, cuándo y con quién consigue sacar adelante el Gobierno unos Presupuestos Generales del Estado más necesarios que nunca: un marco financiero claro, estable y sensato, con objeto de proporcionar una referencia a todos los actores económicos frente a una incertidumbre que es terrible para la actividad económica. Todo ello, sincronizado con una gestión responsable de los rebrotes.

Estos ajustes llevarán consigo tanto una reducción de gastos como (previsiblemente) una subida de impuestos. Y en ambos casos, como muy bien explica el magnífico libro de Alberto Alesina, Carlo Favero y Francesco Giavazzi (imagen adjunta), estamos hablando de austeridad. El libro viene con un serio aviso a navegantes: la evidencia que han recogido los autores apunta que los planes de austeridad basados en subir los impuestos han sido mucho más costosos que los planes basados en la consolidación del gasto. Recomiendo mucho su lectura.

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En cualquier caso, está por ver cómo los actuales responsables públicos denominan unos irremediables ajustes de gasto que, cuando fueron aplicados por un gobierno conservador, recibieron el nombre de recortes, palabra que usualmente ha venido acompañada de todo tipo de adjetivos descalificativos y ha estado asociada a las maldades del neoliberalismo.

Se les llame como se les llame, ya están a las puertas. Y no podremos ignorarlos con maquillajes conceptuales ni con palabras huecas.

Ni estímulos ni quitas: ¡reformas! (de verdad)

Leo en Voz Populi el altículo de Alejandro Inurrieta (al que sigo con interés), "Las paranoias del déficit e inflación nos hunden", en el que realiza una denuncia de las políticas monetarias (FED, Banco de Inglaterra) como generadoras de burbujas de activos (aunque no de inflación) así como una imparable deuda pública. A su vez, Don Alejandro denuncia, y cito literalmente, los "ataques furibundos en aras de desmantelar la política pública más eficiente a largo plazo: favorecer el incremento demográfico". Todo ello, debido a una confusa guerra entre acreedores y deudores:

Los acreedores, normalmente pertenecientes a los percentiles de renta alta, han declarado la guerra a los impulsores de la gran expansión monetaria en su afán por preservar el valor de su ahorro y de sus deudas, ya que la elevada inflación siempre perjudica a los acreedores y beneficia a los deudores.

Entiendo que al autor le parecen mal las veleidades monetaristas (opinión que comparto). Critica en consecuencia la política de estímulos anunciada por el Banco Central Europeo, por las razones que expone, pero lo que no acierto a asimilar es que dicha política sea, según él, debida al triunfo de "los puristas y paranoicos del déficit público y de las llamadas reformas estructurales", que han ganado la batalla en la Unión Europea.

Tal afirmación me descoloca, porque precisamente no han sido ni los unos ni los otros quienes han ganado esa "batalla". Lo que se está persiguiendo en el continente no es más que un Abenomics a la europea, y además con poca presión hacia las grandes reformas institucionales necesarias para salir del atolladero. 

Tampoco deja muy claro el profesor Inurrieta cuál es su receta mágica para solucionar esta crisis recurrente. Deduzco que más gasto público (olvidando esa "dictadura del déficit") y una reducción del endeudamiento mediante quitas combinadas con un proceso de mutualización de deudas a nivel europeo (eurobonos), esto es, un verdadero cambalache. Aparece también en el artículo un reproche difuso a Alemania. olvidando o silenciando que los alemanes cruzaron su durísimo rubicón reformista hace ya años, mientras nosotros estábamos todavía con el "Don't Worry Be Happy". 

En el breve intercambio de pareceres que tuvimos en Twitter, Don Alejandro me confirmó su preferencia por las quitas. También salió a relucir el nombre de Richard Koo y su teoría de la recesión de balances, que imagino es su favorita. No debemos olvidar que Koo inspiró, entre otros, a Shinzo Abe y su Abenomics.

No es mi intención realizar un sesudo análisis económico, pero basta con ver los recientes indicadores de Japón para reconocer que tanto estímulo artificial ha tenido un resultado cuando menos discreto. A continuación podemos ver las gráficas correspondiente a la evolución nipona en los ámbitos monetario, volúmenes de caja e inversión empresarial, producción de vehículos, balanza comercial y crecimiento del PIB real

El hecho de que el descomunal esfuerzo monetario japonés haya presentado unos resultados tan modestos, denota graves deficiencias estructurales y debería hacernos reflexionar mucho más seriamente a los europeos. Lo que nos está ocurriendo, como bien apunta Koo, es una reacción defensiva normal de los agentes económicos ante una época de incertidumbre derivada de una gran crisis. Empresas y consumidores se retraen, desapalancan y se vuelven mucho más cuidadosos en sus decisiones de consumo e inversión. Los bancos también presentan pautas similares, que además se distorsionan y realimentan por la intervención de gobiernos y bancos centrales

La solución a este estancamiento, cuando existen problemas estructurales tan claros como los nuestros, no puede ser seguir zascandileando con la deuda y el gasto público. Así lo comentaba en mi timeline:

Todo ello acaba produciendo administraciones blandas y acomodaticias, conduciendo de nuevo a las economías por los caminos más trillados y menos eficientes, al insistir en viejos incentivos incompatibles con la realidad del siglo XXI. En este sentido, recomiendo la lectura de este magnífico artículo del año 2012, "The stimulus debate revisited" y del trabajo de Arnold Kling que en él se menciona: "Patterns of Sustainable Specialization and Trade". Ambos proporcionan una brillante orientación sobre el camino reformista que deberíamos seguir. Citando a Kling:

No es probable que un mayor gasto público resuelva el problema. El empleo público no es autosostenible. Requiere aportaciones de los contribuyentes o, si es financiado mediante déficit, recursos de los ahorradores (y al final, de los contribuyentes futuros).

La restitución de patrones de especialización y comercio sostenibles debe venir del sector privado. Los programas cortoplacistas de “estímulo” pueden impedir el necesario ajuste, más que facilitarlo.

¿Qué opinan ustedes? ¿Seguimos con la patada hacia adelante o cambiamos de una vez de juego?