Quejicosos impenitentes
Vivimos en una sociedad plagada de individuos acomodaticios y quejicas.
Cualquier dificultad, por pequeña que sea, se sobredimensiona y genera frustraciones injustificadas, apelaciones a la mala suerte y atribuciones de culpa ajena. Sin capacidad para obviar las nimiedades o buscarse alternativas, una masa de caracteres irresolutos inunda la realidad cotidiana, laboral, empresarial y política. Todo debe estar precocinado, masticado, digerido, preinstalado, pensado y repensado. Decidir con sentido se ha convertido en un anacronismo; hay que dejarse llevar, improvisar o esperar la acción de otros. Las realidades más crudas y las carencias vitales horrorizan por incómodas y no por injustas. Se trata de un comportamiento típico de las sociedades occidentales desarrolladas; un subproducto del Estado del "Demasiado Bienestar".
Odo Marquard (1928-2015) fue un filósofo escéptico y tremendamente actual, cuya lectura me ha resultado siempre amena y de enorme interés. Catedrático emérito de Filosofía de la Universidad de Giessen y presidente de la Sociedad General Alemana de Filosofía, se pueden encontrar varios libros suyps traducidos y publicados en España.
Sobre esta creciente capacidad de insatisfacción de los seres humanos, Marquard escribió:
"Cuando los progresos culturales son realmente un éxito y eliminan el mal, raramente despiertan entusiasmo. Más bien se dan por supuestos, y la atención se centra en los males que continúan existiendo. Así actúa la ley de la importancia creciente de las sobras: cuanta más negatividad desaparece de la realidad, más irrita la negatividad que queda, justamente porque disminuye".
Disfruto leyendo en tan pocas y sencillas palabras una reflexión de tanto calado. La filosofía debería ser asignatura obligatoria para economistas. Otro gallo nos cantaría.