Coronavirus, globalización y la geopolítica del miedo.
Cuando el mes pasado estimaba que el brote de coronavirus se iba a notar no sólo en los mercados, sino en la economía real a nivel mundial, me tacharon de alarmista. Ahora mismo, la disrupción ya se está produciendo. En China, y por dispersión sistémica, en el resto del mundo (debido al espectacular crecimiento y nivel de integración global del gigante asiático). La globalización es lo que tiene: circulan bienes, servicios, capitales, conocimiento… y también enfermedades y miedos.
Corea va incrementar su nivel de alerta al rojo. Turquía acaba de cerrar todas sus fronteras terrestres con Irán. Rusia lo hizo con China. Estados Unidos Estados Unidos ya declaró hace semanas una emergencia sanitaria pública al respecto.
Sólo en el sector aéreo las pérdidas se podrían elevar a 30.000 millones de dólares. En lo que va de año se ha registrado ya un 8,2% de disminución del número de pasajeros en Asia respecto al mismo período en 2019 (IATA).
Más efectos probables a corto plazo:
Disrupción de las cadenas de suministro globales, que conlleverá disminución de los flujos comerciales y decrecimiento.
Caída en el precio de las materias primas.
Inestabilidad en los mercados emergentes asiáticos y más tarde en los globales.
Y la expansión no se detiene. El coronavirus ha llegado con fuerza al Norte de Italia, lo que puede gripar un motor económico ya de por sí muy delicado. Milán ha cerrado escuelas, cines, museos y teatros. Venecia cancela su carnaval. Once municipios, con 50.000 personas, quedan aislados de manera forzosa por un decreto ley. Una evolución a seguir muy de cerca por el posible efecto contagio, y no me refiero al de la enfermedad (que también).
Se impone la geopolítica del miedo, incrementado por la desconfianza ante la falta de transparencia en China (una dictadura política de facto) más el efecto multiplicador y disruptor de las redes sociales, plagadas de noticias falsas que no hacen sino empeorar la situación.
Todavía resulta prematuro aventurar nada, pero estamos ante un cóctel muy peligroso que podría conducirnos a una nueva crisis global de consecuencias imprevisibles. El coronavirus parece el perfecto ejemplo de cisne negro tal y como lo definió Taleb: un hecho con el que nadie contaba y que está trastocando los procesos globales.
Como analista, y si estuviera el frente de una consultoría estratégica, mi consejo sería estar muy atentos y esperar al menos un par de semanas antes de tomar ninguna decisión de política económica o empresarial de alto nivel que pudiera comprometer un muy necesario margen de reacción.