Esto va de Lentejas

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Greta y los Cuervos

Contemplar a Greta Thunberg me provoca desasosiego y tristeza. No por las calamidades que anuncia en la causa medioambiental que con tanta pasión e intensidad encarna, ni tampoco por el sentimiento de culpabilidad que debería embargarme como inconsciente derrochador de los recursos del planeta tierra. No me entiendan mal; el devenir climático y ecológico global me preocupan tanto como otros fenómenos relevantes que ocurren a mi alrededor, pero mi consternación por Greta es otra, muy personal y subjetiva. Es aquella sensación molesta e insistente, esa voz interior a la que se refería Carl Jung y que nos susurra bajo la consciencia que algo no está bien, sin importar cuan respaldado se halle por la opinión pública o el código moral.

El caso es que veo a Greta y recuerdo a todos esos niños prodigiosos, con habilidades especiales, inteligencia, sensibilidad, labia, belleza o gracejo sobre los que en su momento recayó la atención mediática de un país o incluso del mundo entero, al proyectar una imagen que redimía las frustraciones paternas y cuadraba con las diversas intenciones de aquellos que les promocionaban, la situación del momento y los anhelos de sus amplias audiencias. Al igual que Greta, niños y adolescentes como Macaulay Culkin, Justin Bieber, Joselito, Marisol, River Phoenix y tantos otros, fueron en su momento ídolos de masas y a su vez sujetos pasivos de intereses ajenos, para acabar convirtiéndose años después en juguetes rotos y adultos arrasados. Niños como Joel Kupperman, cuya historia explica este magnífico artículo de muy recomedable lectura y que su hijo Michael Kupperman ha trasladado en forma de novela gráfica, 'Niño prodigio'.

De su padre, Kupperman escribe:

Greta se halla ahora mismo en esta tesitura: llevada de un lado a otro, fotografíada, preguntada, tuiteada, exhibida y expuesta masivamente a los medios por familiares, activistas y organizaciones nacionales e iternacionales de todo cariz, incluyendo las propias Naciones Unidas. Es la chica del momento, la joven que todos desearíamos ser o haber sido, la voz valiente de una causa que es mucho mayor que ella.

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No voy a entrar aquí en las incoherencias y debilidades de una campaña climática de teletienda que obvia el debate abierto y sólo consigue oscurecer preocupaciones honestas e iniciativas necesarias en favor del medio ambiente y el bienestar de generaciones futuras. Sólo mencionaré, por poner un ejemplo anecdótico, el ingente esfuerzo energético y coste para el medio ambiente que supone producir los materiales (metálicos, plásticos, fibra…) y los miles de componentes de esa maravilla tecnológica naval, construida para disfrute de unos pocos, que es la embarcación en la que Greta ha navegado hasta Estados Unidos, en lugar de usar uno de esos siniestros aviones en los que millones de personas vuelan cada día alrededor del mundo. Como bien nos recordaba Bill Gates en un reciente y magnífico artículo:

Pero hoy el debate no es ése, sino Greta. Esa misma ONU que la lleva en volandas y la expone públicamente sin recato, establece en su principio IX de la Declaración de los Derechos del Niño de 20 de Noviembre de 1959 que todo niño debe ser protegido contra toda forma de abandono, crueldad y explotación, no permitiéndosele trabajar antes de una edad mínima adecuada; y que “en ningún caso se le dedicará ni se le permitirá que se dedique a ocupación o empleo alguno que pueda perjudicar su salud o su educación, o impedir su desarrollo físico, mental o moral”. Ésta es la cuestión, y no otra. Que nuestra protagonista, además, pueda padecer Síndrome de Asperger y las complicaciones adicionales que ello conlleva, no debería desviarnos de la esencia del problema, esto es, la utilización interesada, partidaria o no, torticera o no, de niños y adolescentes para resolver o apaciguar las miserias de sus mayores. De nuevo, Michael Kupperman lo cuenta de manera cristalina cuando habla sobre su padre:

Sinceramente, creo que con Greta hay un riesgo muy cierto de que pase lo mismo, y además en un mundo donde la capacidad de comunicación, difusión e intimidación se ha multiplicado de forma exponencial. Sería muy triste que fuera así, porque de ocurrir, no duden que los carroñeros políticos y mediáticos, esos mismos que hoy la ensalzan, se encargarán de solazarse con gusto en los restos de su naufragio.